Los 80 años del marqués Vargas Llosa

AutorMarco Antonio Campos

Hay cinco o seis novelas suyas que quedarán como de lo mejor que escribieron latinoamericanos en el siglo XX (La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en la catedral, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, La fiesta del chivo). Aunque a veces peca de prolijo, como ensayista Vargas Llosa es admirable, y La orgía perpetua (1975), y La verdad de las mentiras (1990), su canon personal de las novelas del siglo XX, me han sido muy gratos y útiles.

En cuanto a sus obras de teatro quedarán como una lección de que grandes novelistas no necesariamente pueden llegar a ser, aun proponiéndoselo con seriedad y poniendo su mejor ingenio, ni medianamente dramaturgos. No las he visto en escena, pero al leer al menos cuatro de ellas -un par reseñé en su momento para Proceso- uno no deja de preguntarse cómo se podría perfeccionar mejor la cursilería y la banalidad.

Como teórico político, me parece un seguidor de segunda fila de lo que pensaba con intensa lucidez Octavio Paz. Vargas Llosa tiene definido un esquema, en el que si no se siguen en determinado país las bases del neoliberalismo, es decir, el mercado libre y toda suerte de libertades, el gobierno de ese país entra al terreno de la satanización. Pero la mínima desviación, o lo que él crea que lo es, merece de su parte el dedo flamígero. En eso no oculta su alma de aya-tola. En una entrevista por sus 80 años declaró que vivimos en un mundo mejor. Tal vez porque él lo viva, así lo cree, aunque este mundo tenga mucho más de infierno que de cielo.

Puede admirarse en ocasiones su valentía, pero hay hechos que me parecen tocaron límite. Cuando fue candidato a la presidencia del Perú en 1990, venturosamente para la literatura fue derrotado por Fujimori. Jugó y perdió, y está bien, son las reglas del juego. Leí en 1993 con admiración su libro autobiográfico El pez en el agua y me asombró cómo decía, aun injustamente en algunos casos, todo lo que pensaba de cada personaje y hecho. Sin embargo, casi coincidiendo con la publicación, ante mi perplejidad total, se nacionalizó español por el riesgo, supuesto o real, de que le fuera retirado el pasaporte peruano y convertirse en "un paria". Confieso que me causó una mezcla de indignación y repulsión. Me pareció una gigantesca traición a millones de peruanos que votaron por él, es decir, que lo votaron como peruano, y no como español.

¿Qué cara podía dar a todos los peruanos, entre ellos algunos valiosos intelectuales, a quienes había fulminado en...

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