Aburto en Almoloya

AutorLaura Sánchez Ley

A las ocho de la noche, media hora después de que iniciara el interrogatorio oficial de Mario Aburto, José Luis Pérez Canchóla llegó apresurado a las instalaciones de la PGR: lo habían llamado unos minutos antes para solicitar su presencia en el cuestionario y que constatara públicamente que el detenido no fue torturado.

Pérez Canchóla se había convertido en una figura importante en México: fue nombrado el primer procurador de Derechos Humanos en Baja California y uno de los primeros a nivel nacional luego de la creación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en 1992.

-Cuando llegué, me pareció todo muy extraño; para empezar, Mario se veía mal, alterado. Otra cosa: el abogado público de oficio no estaba representando a Mario, era Xavier Carvajal, un abogado del PRI y que además era particular. ¿Qué hacía ahí?

El interrogatorio duró apenas dos horas, cuando en casos sin relevancia llegan a extenderse hasta cinco. El procedimiento fue superficial, recuerda.

-Yo lo vi con la vista perdida, cabizbajo; no miraba directamente a los que estaban ahí. Pedí que se le examinara. De mala manera el ministerio público a cargo me alegó que lo habían examinado, que no había nada que hacer.

Mario Aburto se negó a contestar todas las preguntas, generalmente su respuesta era que se reservaba el derecho. Esas palabras despertaron suspicacias en el procurador: ¿cómo un trabajador de maquiladora podía contestar así? Estaba aleccionado, se responde. Las preguntas fueron vagas y superficiales, apresuradas.

-Yo entiendo a partir de este momento que había consigna de no llevar una investigación profesional y técnica en el asesinato... Estaba sedado, estoy seguro.

Fue José Luis Pérez Canchóla el único que se negó a firmar la averiguación previa, argumentando que Mario rindió una declaración incoherente y sobre los inñujos de algún sedante.

Recuerda que todo el interrogatorio fue tan turbio, que incluso hicieron que el agente del Ministerio Público que estaba de turno se retirara para que otra persona se hiciera cargo del proceso.

Durante el interrogatorio, que finalmente condenaría a Mario Aburto, ocurrió otra irregularidad: mientras era cuestionado, una mujer alta, bien vestida y de voz dulce tocó a la puerta de la oficina; gritaba que no podían sacar a la prensa. Se identificó como periodista de un canal de televisión de Estados Unidos y exigió que la dejaran hablar con el detenido. En realidad era una agente de la policía que se hizo pasar por periodista para obtener más información del presunto culpable.

Mario llevaba la chamarra negra con la que fue detenido en Lomas Taurinas, una camisa negra desabotonada que dejaba ver su pecho y un poco del vientre, un pantalón ajustado al cuerpo, manchado de mugre, y el pelo esponjado y lleno de polvo; estaba sentado en una silla negra con respaldo alto y recargaba los codos sobre los descansabrazos de metal.

-¿Cómo te llamas? -preguntó la joven.

Mario no contestó y enfurecieron los agentes, que en venganza levantaron su cara jalándole el cabello, pero Mario forcejeó y rápidamente volvió a clavarla entre las piernas.

-Somos del Canal 33, ¿cuál es tu nombre? -repitió la joven agente.

-Mario Aburto Martínez -contestó haciendo una pausa en cada sílaba.

La mujer continuó con su interrogatorio y volvió a pedirle su nombre, estado civil, dirección. Mario respondió como contestadora automática: el mismo ritmo de la voz, el mismo volumen pastoso, hasta que la "reportera" preguntó por qué había asesinado al licenciado Colosio.

-No voy a hablar de eso.

La supuesta reportera preguntó si tenía miedo a alguien y...

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