Alternativas culturales (II parte y última)

AutorJorge Sánchez Cordero

La definición referida, de claros tintes antropológicos, profundiza en los conceptos de los patrimonios culturales material e inmaterial que postulan que la cultura deja de ser una acumulación de obras y de conocimientos circunvenidos a las obras de arte y las humanidades reservadas a la élite. Dicha noción fue posteriormente desarrollada por la Escuela de Friburgo (Patrice Meyer-Bisch) y ahora se contiene en el Preámbulo de la Declaración Universal de la UNESCO sobre la diversidad cultural de 2001.

Esta definición constituye una ruptura con el status quo específicamente en tres rubros cuya actualidad en México resulta innegable: el ideológico, que polemiza en torno a la función social del arte lato sensu; el filosófico, que sirve como sustento al desarrollo de la acción cultural del Estado, y el administrativo, que determina los nuevos modos de colaboración entre el Estado, las entidades federativas, las comunidades o grupos culturales y la elección de sus interlocutores, fundamentales para hacer operativa la acción cultural.

Un sistema nacional

En la reforma constitucional en materia de cultura se le dio competencia legislativa al Congreso general para que expidiera leyes que establecieran las bases sobre las cuales la Federación, los estados, los municipios y el Distrito Federal coordinaran sus acciones en la materia y estableciera los mecanismos de participación de los sectores social y privado para cumplir los fines previstos en el párrafo noveno del artículo cuarto de la Constitución.

El Congreso debe ahora cumplir con el mandato cultural que le dio el poder revisor de la Constitución. Está obligado por lo tanto a crear un sistema cultural que, sin soslayar su complejidad por nuestra vocación federalista, sea original, descentralizado, equilibrado, dinámico y pluralista, que provenga de nuestra historia y que reconozca la multiculturalidad en toda la extensión del territorio nacional. Pero -y sobre todo- que desarrolle una firme función identitaria en constante metamorfosis, atribuible, entre otros, al ritmo de la globalización y a la hibridación intrínseca de las propias identidades.

El imaginario nacional es un espacio sin solución de continuidad, contestatario y en constante recreación; no es una noción unitaria estática. La identidad cultural, la autonomía y la autenticidad constituyen las piedras angulares de nuestros grupos y comunidades culturales, en las cuales resalta el individuo. Pero el ser humano, por encima de cualquier otra lealtad, lo es primariamente con su cultura (Ernest Gellner).

Al sistema cultural no se le puede visualizar como una política, sino como un movimiento cuyo eje es la participación social; su objetivo es claro: la creación de un civismo cultural fundado en la voluntad social colectiva y autónoma. En esta sociedad de cultu-ra la sociedad debe ser incentivada para crear una cultura en constante movimiento; más que de política pública, se requiere de acciones culturales, de un sistema...

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