Que tu amor me alcance en el camino

AutorAna Scherer Ibarra

Me esperas ya en tu reposet -sabes que llegaré en cualquier momento- y al aparecer me observas con tus ojos tristes para darme un regalo de bienvenida, siempre el mismo, en igualdad de condiciones para cada uno de tus hijos: una sonrisa dulce. Invariablemente nos besamos, en la frente, las mejillas, las manos. Nuestras caricias juntas responden a la única emoción posible, ternura.

Tu cuerpo, papá, se ha ido haciendo pequeño, delgado, frágil. Ese cuerpo fuerte y sólido, al que protegiste antaño con kilómetros de natación y caminata, ha perdido su tamaño, su tono muscular.

Estoy todos los días en tu casa para cuidar de ti. A veces me llamo Pablo y te hablo con la voz de Regina. En otras, te escucho con la profundidad de Pedro y te acaricio con las manos de María. Te estrecho entre mis brazos para oír de ti mi nombre, Susana, que es también el de mi madre. Así, reímos juntos Adriana, Gabriela y tú. Si te ofrezco mi brazo fuerte, pa, soy Julio y soy yo, Ana, para acompañarte.

Tus nueve hijos nos equivocamos. No somos quienes te cuidamos, eres tú el mismo que sigue viendo por cada uno de nosotros en tu fragilidad, en tu postración, en el dolor inacabable que te encuentra en la habitación con el alba y no te deja en paz hasta el ocaso.

¿Cuántas veces, papá, hablamos de las definiciones del valor y el peso específico de las palabras, de la responsabilidad que implica el pronunciarlas, escribirlas, develarlas, más aún, darles sentido?

Hace todavía unos años, el primer vocablo que aparecía en mi mente al evocarte era variable, sorpresivo, impactante. Solía ser inteligencia, fuerza, dignidad, carácter, convicción, congruencia, sensibilidad, integridad. Hoy, siendo una y siendo nueve, sólo te concibo bajo una palabra que es también un sentimiento, el único por el que vale la pena asistir al experimento humano: amor.

¿Qué es el amor, viejo, en tus términos que ya son propios, transmitidos como ejemplo, como factor esencial en nuestra formación y modo de vida?

Amar, decías, es ofrecer la verdad al precio que tenga que pagarse. Es comprender a pesar de errores, trampas o justificaciones, sin emitir juicios o descalificaciones que lastimen. Es mirar al interior de nuestras razones privilegiando la ética y la moral por encima de vanidades, intereses o soberbia. Es ofrecer consuelo al sufrimiento por pequeño que parezca y compadecer en el sentido estricto de la palabra, que significa padecer con el otro. Es alumbrar y aconsejar si somos requeridos. Es...

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