A la búsqueda de Octavio Paz...

AutorRafael Rodríguez Castañeda

Antes y después de la cumbre del Premio Nobel, poeta, pensador y ensayista reconocido mundialmente, Octavio Paz vivió el sufrimiento extremo: una guerra civil en su propia alma. El marxista por convicción, el revolucionario de los años treinta, acabó en rabiosa batalla interna con el antizquierdista radical de los años setenta. Y esa pugna consigo mismo duró, sin resolverse, hasta el fin de la vida misma del poeta.

¿Quién fue Octavio Paz? ¿El de la pasión revolucionaria de su juventud o el hombre maduro que se acercó peligrosamente al Príncipe? ¿El poeta magistral que pisó los salones del Palacio de Estocolmo o el intolerante polemista cuya efigie fue quemada por los sandinistas? ¿El cristiano subyacente o el marxista por convicción? ¿El Lord Byron de Mixcoac de sus años mozos o el hombre en silla de ruedas de sus días postreros?

A trece años de su muerte, las preguntas en contrapunto sobre el autor de Piedra de Sol, cuyas obras completas colman estantes, podrían extenderse sin límite.

En cualquier caso, el historiador Enrique Krauze lo considera el pensador vertebral del siglo XX mexicano. En torno de él gira su nuevo libro, Redentores. Ideas y poder en América Latina. Grueso, denso volumen el suyo: en sus más de 500 páginas analiza histórica e ideológicamente a personajes aparentemente disímbolos: los "cuatro Josés", los profetas, como él les llama: Martí, Rodó, Vasconcelos y Mariátegui; a iconos revolucionarios, en los que enlista a Eva Perón y al Che Guevara; a los novelistas Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa; a los que enlazaron religión y rebelión, el obispo Samuel Ruiz y el Subcomandante Marcos; y al "caudillo posmoderno", Hugo Chávez.

Es, sin embargo, Octavio Paz, el eje del libro. A él dedica 165 páginas y en él desemboca la mayor parte de las fuentes consultadas por Krauze, discípulo y admirador de Daniel Cosío Villegas, a quien cita con recurrencia.

La aparición de Redentores en México coincide con varias efemérides que emocionan a su autor. El cuarenta aniversario de la revista Plural, la publicación fundada por Paz y donde él colaboró hasta su desaparición en 1976; el veinte aniversario de la Editorial Clío, creada por él en sociedad con Emilio Azcárraga Milmo; el décimo aniversario de la edición española de Letras Libres, la revista sucesora de Vuelta, "que nació cuando debió nacer y murió cuando debió morir"...

La relación de Paz y Krauze fue prolongada e intensa, con altibajos, dice él. "Fui muy cercano, me sentí un gran amigo suyo, aunque no pertenecí a su círculo íntimo". Durante los 23 años que compartieron experiencias, éxitos y frustraciones, tuvieron diferencias, momentos amargos entre sí, pero acabaron superándolos.

En los días finales del poeta, Krauze lo visitó en la casa que habitaban él y Marie Jo Paz en Coyoacán. Lo advirtió triste, disminuido, dependiente.

"¿Qué puedo hacer, qué es lo que quiere usted?", le preguntó el historiador.

"¡Lo que yo quiero es.vivir!", fue la rabiosa respuesta del poeta.

Pocos tan indicados, como Krauze, para emprender con él un viaje a las entrañas del poeta desaparecido. Hermanado con Paz en las controversias ideológicas de los años setenta, considerado por muchos de sus críticos como el intelectual de derecha por antonomasia, el autor de Por una democracia sin adjetivos y de Textos heréticos lo acompañó en sus confrontaciones con la izquierda radical, aunque él, personalmente, se asumía y se asume como un liberal revolucionario.

En una conversación tan larga como amplios son los temas que se entreveran en la vida de Octavio Paz y de Krauze -cuyo currículum llena decenas de cuartillas-, éste se asoma al pensamiento y a las vivencias del poeta nacido en el barrio de Mixcoac, en el Distrito Federal. Lo extenso de la entrevista con Proceso -cinco horas de grabación, realizada alternadamente en la oficina de la dirección de la revista y en el luminoso departamento de Krauze en la colonia Condesa- hace imposible incluir el contenido completo. Habrá quien extrañe temas que, sin duda, se abordaron; y preguntas que, sin duda, se hicieron. Los límites del espacio, sin embargo, son implacables.

Por esta vez, el siguiente intercambio de preguntas y respuestas se vertebra de manera preeminente con los segmentos de la entrevista relativos a Octavio Paz.

-La figura central de tu libro es Octavio Paz y tu cercanía con él hace obvias las razones... pero ¿lo consideras en verdad un redentor?

-"De joven quise ser héroe y redentor". Son palabras de Octavio Paz. Y es verdad. Octavio Paz nunca dejó que la llama redentora o revolucionaria se apagara dentro de él. Fue un marxista convencido, no cabe la menor duda. Por ese impulso fue a redimir, como maestro al menos, a los campesinos en una secundaria de Yucatán y fue la pasión revolucionaria la que lo llevó a España. De eso no hay duda tampoco. Y esa actitud revolucionaria está en Octavio, latente pero presente, a lo largo de los sesenta, y por eso se enganchó con tan enorme entusiasmo con el movimiento estudiantil del 68. Esa pasión, creo, fue una de las razones por las que quiso tanto a Julio Scherer. Lo que ocurre es que Octavio Paz, al cumplir los 60 años, venía de un largo y complejo proceso de desencanto de la Revolución soviética y por extensión de la cubana, y ése es el Octavio que conocimos, con el que yo me relacioné, el Octavio que entró en colisión con nuestra generación y con generaciones posteriores.

-Titulas el capítulo dedicado a Paz "El poeta y la Revolución". También podría haber sido "El poeta y la involución"...

-De ninguna manera. Uno de los historiadores de izquierdas más prestigiados en el Occidente actual -inspirador, entre otros, de los "indignados" españoles- es Toni Judt, recientemente fallecido. En sus memorias, Judt dice que su generación (que es la mía, la tuya) despertó tarde a la conciencia de que la verdadera revolución de la segunda mitad del siglo XX ocurría detrás de la Cortina de Hierro; que los verdaderos revolucionarios, en el sentido de la búsqueda de la libertad y de un socialismo no totalitario ni autoritario, eran los que estaban peleando en Polonia, en Rusia, en Checoslovaquia y en Hungría, pero que no tuvimos ojos para ellos. Quien sí los tuvo en México fue Octavio Paz. Igual que Orwell, Camus o Koestler, Paz entendió que el socialismo real había conducido a la petrificación del ideal. Y entonces regresó a México, y el primero de octubre de 1971, hace 40 años, fundó la revista Plural, una de cuyas vocaciones era hacer ver a la generación joven lo que había ocurrido con la pasión revolucionaria en el siglo XX, no para apagarla sino para iluminarla, para conducirla democráticamente hacia la libertad del debate, la crítica, la apertura, la democracia. La propuesta democrática de Paz pareció disonante. Y era entendible, no sólo porque nuestra generación se había enamorado de la Revolución cubana, sino también por la reacción natural contra los gobiernos militares en Uruguay y Brasil, y los genocidas chilenos y argentinos. La polarización entre la guerrilla y los militares en América Latina dejó al liberal Octavio Paz en una situación de cierta soledad.

Las confrontaciones

-¿Cómo viviste la etapa de las confrontaciones de Paz con la izquierda mexicana y latinoamericana, en los años setenta?

-Como miembro de la generación de los sesenta, yo participaba de aquella pasión revolucionaria de izquierda. Y lo hacía desde el suplemento cultural de Siempre! Pero Octavio Paz y sus ensayos críticos en Plural me convencieron. También me influyeron los textos de Gabriel Zaid sobre el Estado mexicano. Para mí, Plural era una revelación: ahí había un tratamiento original de la vida pública. Me salí de Siempre!, dejé al grupo de Carlos Monsiváis y me fui a Plural...

-¿Era igualmente duro Paz con las dictaduras militares y con el autoritarismo imperial de Washington?

-Puedo citar artículos de Octavio, como "Los centuriones de Santiago", por ejemplo, en Plural, y algunos otros en donde indudablemente condenó las dictaduras del Cono Sur, y puedo mencionar ensayos muy críticos de Estados Unidos y de su modo de vida. Jamás creyó en el liberalismo económico y condenaba los excesos del libre mercado, y eso lo diferenciaba de Vargas Llosa. Pero el Octavio Paz de los setenta luchaba contra el Octavio Paz de los años treinta. Era una guerra civil dentro de su propia alma. Y eso es lo que creo revelar en el libro: esta guerra civil explica por qué era tan apasionado y tan duro y quizá tan intolerante y tan poco persuasivo (en las formas) en su querella con mi generación. Y explica por qué le dedicó mucho más tiempo a criticar a los guerrilleros que a criticar a los dictadores.

-Citas en el libro a José Luis Martínez diciéndole a Paz que nunca había sido revolucionario...

-Es muy curiosa y significativa la anécdota. Estábamos en una cena de amigos, y de pronto José Luis (una persona apacible, serena, que conocía a Octavio desde 1939 o 40) le dijo: "pero Octavio, tú no fuiste propiamente un revolucionario". Octavio se levantó de la mesa, todos pensamos que iba a golpear a José Luis, y casi iracundo le dijo: "¿Cómo me puedes decir que no fui revolucionario? ¡Por supuesto que fui y he sido revolucionario!". José Luis siguió comiendo, como si nada. Esa anécdota me impresionó mucho. Creo que una de las claves profundas de Octavio Paz es su pasión obsesiva por la revolución. Por eso puse como epígrafe de mi libro una frase de Paz de 1972...

-La leo: "La Revolución ha sido la gran Diosa, la Amada eterna y la gran Puta de poetas y novelistas"...

-Lo fue de él. Esa flama romántica, esa flama que venía de la Revolución francesa...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR