Chairo

AutorFabrizio Mejía Madrid

En el caso de quienes aplaudieron el asesinato de los maestros en Nochixtlán, Oaxaca –sí, como lo oyen, y abundaron–, anhelaría que la explicación fuera más compleja. Me ocupo no de los opinólogos que cobran como publicistas en las secretarías de Estado y los gobiernos de los estados, sino de los que no se benefician en nada de ese aplauso. Por un lado, reviven una vieja tradición autoritaria que clama por confundir autoridad con orden y éste con uso de la fuerza. La testosterona como política pública, la hombría como memorándum.

Es la autoexculpación después de la masacre de 1968: “En lugar de estudiar, andaban metiéndose en política”. No sólo la víctima es culpable –y no los que ordenaron la matanza o los que taimadamente permitieron con su silencio que sucediera–, sino que también se refuerza la idea de que todos debemos estar en el lugar que nos corresponde, como en mural de Diego Rivera –los explotadores bebiéndose con putas sus ganancias, los explotados sufriendo, esclavos de la debilidad de sus propias rodillas–, donde lo inamovible es estable. Implica una sociedad de castas, colonial y de retablo: si todos hicieran lo que les corresponde, la armonía advendría. Por lo tanto, los que se mueven, desarreglan y –como diría el eterno líder obrero, Fidel El Nuestro– “no salen en la foto”. El discurso de lo estático también lo es de lo estoico. La ideología de la cultura priista no es, como se sabe, ni de izquierda ni de derecha, sino del saber acomodarse.

Se mueve apenas lo necesario para perder lo mínimo. Sus súbditos son adiestrados en “lo mexicano”: el aguante del dolor, la resignación de ceja levantada, la contención que permite confiar en que todo va a empeorar; ese fatalismo. La cultura priista es una del miedo y sus súbditos aprenden a simular que no están aterrados. La carcajada en medio de la balacera: “Es que los mexicanos nos reímos de la muerte”.

Como discurso de dominación, “lo mexicano” es paralizante. No por nada a los estudiantes masacrados en 1968 se les acusó de “extranjerizantes”, de tener “ideologías ajenas a la Revolución Mexicana”. Protestar no es de patriotas, según el panfleto de la mexicanidad. Es resistir la injusticia como una desgracia casi congénita y, luego, acomodarse sobre los despojos que dejó. “Que se pongan a trabajar”, dice la cultura priista ante toda protesta. Así, con las demandas convertidas en simples quejas, los que se mueven se buscan con ello su propio desenlace y su derrota final.

Pero existe un...

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