De colores y de músicas (II y última)

AutorSamuel Máynez Champion

Lo que sí sabemos, más allá de las disquisiciones de índole emocional que aciertan su matrimonio o de los esbozos racionales que piden su divorcio, es que los campos perceptivos donde reinan ambas materias se funden en un tejido indesprendible de la subjetividad, puesto que el ojo y el oído son catalizadores que filtran aleatoriamente la información con que entendemos y nombramos al mundo. Vemos para creer pero también oímos para confirmar que creemos. Los sonidos y los colores giran a nuestro alrededor en cortejos prodigiosos que nos marcan los amaneceres y los ocasos de la vida. Definen y borran fronteras, son portadores de alegorías vibrantes.

Continuemos entonces con la sucinta retrospectiva que hemos trazado. Una vez recalados en el siglo XVII, los estudios de óptica reforzaron las analogías sonoro/coloreadas y las esperanzas de dilucidarlas adquirieron nuevo impulso. Kepler se atrevió a sugerir una escala musical con tonalidades del blanco al negro, en la que quiso traslucir la misma secuencia de colores que se observa en el cielo al alba y al anochecer.

Algo similar aconteció con el matemático y teórico musical Marin Mersenne, quien disertó en su obra L "Harmonie universelle sobre las correspondencias visuales -arbitrarias e improbables- de las escalas. A la diatónica sugirió colorearla en verdes, a la cromática en amarillos y a las enarmónicas(1) en rojos. Creyó también -sin ningún sustento práctico- que la producción simultánea de los sonidos podía equipararse con la combinación de los colores, por ejemplo, al mezclar los tonos del azul con los del amarillo surgirían -y aseguró que se escucharían- las tonalidades del verde.

Vinieron después los experimentos en torno a la fragmentación de la luz que realizó Newton. Al descubrir que un haz de luz blanca se descomponía en lo que denominó como Colores primarios(2), pensó que podía liberar a la escala cromática del esquema tonal aristotélico ordenando los colores dentro de una nueva secuencia. Propuso, pues, otro séptimo color -el azul índigo- para completar intuitivamente los sonidos "primarios" de la música con los siete colores del arcoíris. Dados sus conocimientos musicales, sostuvo que las armonías de los colores eran análogas a aquellas de los sonidos, es decir, que las combinaciones entre sí habrían de seguir los mismos principios.

Para sorpresa nuestra, durante el Siglo de las Luces no surgió ninguna propuesta concreta sobre la imbricación que nos interesa. Los afanes para...

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