De conchas y caracoles

El hombre y el caracol

PAUL VALÉRY

Como un sonido puro o un sistema melódico de sonidos puros en medio de los ruidos, así un cristal, una flor, un caracol, se destacan en el desorden ordinario del conjunto de las cosas sensibles. Son para nosotros objetos privilegiados, más inteligibles para la vista, aunque más misteriosos para la reflexión, que todos los otros que vemos indistintamente.

Este caracol que tengo y que hago girar en mis dedos, y que me ofrece un desarrollo combinado de temas simples de la hélice y el espiral, me sume, por otra parte, en un asombro y una intención que producen lo que pueden: observaciones y precisiones exteriores, preguntas ingenuas, comparaciones poéticas, imprudentes "teorías" en estado naciente... Y siento que mi espíritu presiente con vaguedad todo el tesoro infuso de las respuestas que se esbozan en mí ante una cosa que me detiene y me interroga.

Si cada caracol es disimétrico, cabría esperar que, en un millar de ejemplares, el número de los que desarrollan sus espirales "en el sentido de las agujas del reloj", fuera aproximadamente igual al número de los que giran en sentido opuesto. Nada de eso. Así como hay pocos "zurdos" entre los hombres, hay pocos caracoles que, vistos desde la cúspide, muestren una espiral que se aparte de este punto procediendo de derecha a izquierda.

Está claro que el personaje bastante secreto, entregado a la simetría y a la torsión, que se forma una concha, ha renunciado hace largo tiempo a los ídolos postulatorios de Eu-clides. Euclides creía que una vara conserva su longitud en toda circunstancia; que era posible lanzarla hasta la luna o hacerle escribir un molinete sin que el alejamiento, el movimiento o el cambio de orientación alterasen su tranquila conciencia de unidad de medida irreprochable. Euclides trabajaba sobre un papiro donde podía trazar figuras que le parecían pareadas; y no veía al crecimiento de esos triángulos otro obstáculo que la extensión de su hoja. Estaba muy lejos -a veinte siglos luz- de imaginar que llegaría el día en que un tal señor Einstein amaestraría un pulpo para que capturase y devorase toda geometría; y no sólo ésta, sino el tiempo, la materia y la pesantez, y muchas otras cosas más, insospechadas para los griegos, que, trituradas y digeridas juntas, hacen las delicias del todopoderoso Molusco de referencia. Basta ese monstruoso cefalópodo contar sus tentáculos y en cada una de sus ventosas succionadoras para sentirse "dueño de sí como del...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR