Estado y crimen

AutorJavier Sicilia

La imaginación poética ha creado a lo largo del tiempo monstruos que, compuestos de otros seres, no parecen, dice Borges, "pronosticar nada bueno". Baste citar al monstrum horrendum, ingens que, "numeroso de plumas, ojos, lenguas y oídos", personifica a la Fama en la Eneida, o a la Fiera Arconte que, en la Visión de Tundale, guarda en la curva de su vientre perros, osos, leones, lobos y víboras que atormentan a los réprobos.

La imagen que aparece en el frontispicio de la primera edición del Levia-tán de Hobbes (1651) -la gran metáfora del Estado moderno- pertenece a esa estirpe. En ella se ve a un extraño rey, de rostro hierático, armado con un báculo y una espada, cuyo cuerpo está hecho de miles de hombres.

La diferencia con los monstruos que lo anteceden es que éste no es una idea abstracta, es real y ha producido violencias terribles.

Su génesis es compleja y no hay espacio para narrarla. Baste decir que después de la caída de esa otra monstruosidad que se llamó el Imperio Romano la sociedad se ordenó en un conjunto de células llamadas feudos: unidades policéntricas que formaban, dice Roberto Ochoa en Muerte al Levia-tán, "un complejo de señoríos independientes entre sí tanto política como económicamente". La corrupción de esas células derivó en una progresiva racionalización de la gestión del poder que condujo al gigantismo social y político y, en consecuencia, a la estructura del Estado centralizado y unitario de las monarquías absolutas y, luego, del Estado liberal y sus variantes comunistas y fascistas.

En este sentido, habría que decir que el Estado moderno comenzó a existir a partir de una concentración monopólica del poder.

Lejos de ver en ello una perversión de la vida común y de equilibrios entre poderes, Hobbes vio una necesidad. Bajo una petición de principio ("el hombre es el lobo del hombre" -el propio Rousseau, quien creía en la bondad natural del hombre, terminó por sucumbir a él-), Hobbes justificó su existencia. Para dicho autor, el estado de naturaleza es un estado de perpetua guerra entre los hombres, y con el fin de instaurar la paz es necesario que todos se sometan a un poder mayor que al inculcar el temor por el uso legítimo de la fuerza obligue a los seres humanos a pactar entre sí.

Visto desde la abstracción y desde nosotros, que no conocemos más que ese sistema de gobierno, la tesis parece tener sentido e indicar que la crisis del Estado en México es sólo el producto de una pérdida de legitimidad. Sin embargo...

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