CRÓNICAS DESDE MI CAMA / La licenciada

Su nombre de batalla es Mireya, pero todas le decimos "la licenciada". Tiene 25 años y, aunque acaba de entrar formalmente al negocio, dice que es pirujilla desde los 21. Es de una familia de clase media. Siempre estuvo en escuelas privadas y, cuando llegó el momento, se metió a estudiar derecho. Es muy bonita, pero exageradamente rebelde. Odia la escuela y jamás le gustó estudiar. Sus desmadritos y juergas, combinados con sus pésimas calificaciones tenían a sus papás verdes del coraje. La neta, cubrir la colegiatura de una universidad de paga es un esfuerzo enorme, y debe ser muy frustrante que se desperdicie porque la niña salió fiestera.

Un día, su papá descubrió escondida una boleta de calificaciones con su firma falsificada. La noche anterior la angelita había llegado tardísimo y bien borrachota de una fiesta. A partir de ese momento su vida cambió: Su papá le quitó la tarjeta, las llaves del coche, dejó de darle dinero y revocó todos sus privilegios. Si ella quería gastar un peso, tendría que ganarlo.

Ella lo tomó como un reto y, enojadísima, salió a buscar trabajo. Era una niña bien, se veía joven, bonita, bien arreglada, educada y cordial, aunque se notaba de inmediato que nunca en su condenada vida había movido un dedo para ganar un peso. Con todo y eso, decidió enfrentarse al siempre hostil mercado laboral. Salió con la esperanza de que sus bonitas piernas y sonrisa picarona, valdrían más que lo escueto de su ridículum para granjearse una chambita que restregarle en la cara al ojeis de su padre.

Tocó puertas en los despachos de varios abogados, confiando en que por puro chula, de inmediato alguien la contrataría de pasante. No contó con que en la mayoría de los bufetes, quienes le recibieron papeles fueron secretarias a quienes no sólo les valía mauser lo redonditas de sus nachas, sino que las veían como amenaza. En todos lados la mandaron al cuerno con su foldercito pichurriento.

Un día, decidida a conseguir trabajo, fue a un bufete donde logró librar a la secre y se entrevistó directamente con un abogado con cara de ingón que, después de barrerla de arriba abajo detenidamente, fue lapidario: La contrataría sólo si estaba dispuesta a realizar trabajos que no serían jurídicos ni administrativos. Primero, pensó que se trataría de sacar copias o hacerla de mandadera, sólo entendió a qué se refería el tipo cuando se levantó, se paró junto a ella, tomó su mano y la puso sin más ni más sobre su pirrín ya endurecido. Ella quiso...

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