Despertar para seguir soñando

AutorJuan Villoro

Aunque es simplista decir que un club representa a la infancia y el otro al dinero, no hay forma de evadir esa comparación. El pasado 29 de noviembre el Barcelona salió al campo con 8 jugadores de su cantera para disputar el clásico ante el Real Madrid. Cuando los cambios se produjeron, colocó a otro egresado de La Masia, la mayor escuela del futbol mundial. Ningún otro equipo de alto rendimiento confía tanto en formar jugadores.

El técnico Pep Guardiola se ha doctorado en el equipo azulgrana. Pero lo más importante no es eso, sino que está ahí desde el kindergarten. Recogebolas en el Camp Nou, inquilino de La Masia, miembro del dream team de Johan Cruyff, es el símbolo más acabado del barcelonismo.

Su creencia en el juego de conjunto lo llevó a reinventar triangulaciones. El Barcelona borra las categorías tradicionales del tiempo y del espacio. Se apodera del balón en tal forma que en cada partido ofrece suficientes jugadas para volver interesantes tres partidos. Durante los 90 minutos juega del mismo modo. El marcador no decide la estrategia. Los once de Guardiola no conocen otro impulso que el ataque y las jugadas de fantasía, con amplia proliferación de paredes y taconazos. Además, juegan así en cualquier parte de la cancha, incluidas las dos áreas. En ocasiones, el público se desespera de que sigan combinando a tres metros de la portería contraria. Y es que los goles del Barça son artísticos o no son. Su lema existencial podría ser: “Antes muerto que sencillo”.

Nada de esto tendría sentido en un ámbito competitivo si no produjera títulos. El mayor logro de Guardiola ha sido el de aliar la estética con la eficacia. En la temporada 2008-2009 su equipo fue el primero de la historia en conquistar sus seis trofeos en disputa. El siguiente año fue menos espectacular, pero llegó a la semifinal de la Champions y refrendó su título de liga.

No es casual que este vendaval de buen futbol fuera la base de la selección española que ganó el Mundial de Sudáfrica, aportando a siete titulares.

Pero hasta la gloria trae problemas. Hay campeones que mueren de éxito. Es difícil que un equipo que ha logrado todo mantenga impulso ganador. Johan Cruyff sostiene que los ciclos triunfadores del futbol profesional rara vez duran más de dos años. Esto se debe a que los planteamientos tácticos se descifran poco a poco, pero sobre todo al desgaste mental de estar en la cima.

A veces, el fracaso motiva más que el triunfo. Las derrotas inmerecidas y las asignaturas pendientes sirven de combustible. En cambio, los muchos títulos adormecen.

El verano terminó con una pregunta: ¿podría una escuadra tan bien nutrida de trofeos dedicarse a otra cosa que a la siesta?

El 11 de septiembre el Barcelona perdió en su casa ante el modesto Hércules. Jugó con varios suplentes, pero sobre todo jugó sin ánimos. Fue un momento psicológico especial. Los héroes se habían cansado. La ilusión de lograr una proeza siempre será mayor a la ilusión de repetirla. Para el deportista que ya llegó a la cima, el reto es convertirse en un atleta de la reiteración.

En la primavera de 2010, antes del partido decisivo entre el Inter y el Barça, José Mourinho, que entonces entrenaba al equipo milanés, lanzó una frase afilada: “Para nosotros, ganar es un sueño; para ellos es una obsesión”. El Inter construía...

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