Dumas, Fuentes y “la máquina de contar”

AutorLa Redacción

Su compañerito sería con el tiempo el editor René Solís. Como sospechábamos, Solís es también un magnífico escritor secreto y lo demuestra en el prólogo a estas malévolas, insólitas y divertidísimas memorias. Friedeberg describe la costumbre generacional de guardar en un clóset con naftalina los libros que aquellos adolescentes ya no consideraban dignos de su edad.

No lo dice pero es probable que muchos de esos jóvenes relegaran a ese limbo un libro que poco antes los había fascinado: El conde de Montecristo. Imposible adivinar que tantos años después resurgiría como clásico indestructible, al grado de que buen número de los jóvenes y las muchachas que hoy se expresan por medio de internet lo juzgan, como suena, “el mejor libro del mundo”.

En los sesenta una editorial italiana encomendó a Umberto Eco un resumen de Montecristo. Al iniciar su tarea Eco se dio cuenta de que el novelón inmenso era irresumible. Se trata de una obra maestra tan perfecta en su género (y nada puede existir fuera de su género) como un cuarteto de Mozart.

El libro del pueblo

Friedeberg habla de una época abolida en que había sirvientes. Criadas, cocineras, jardineros, choferes no hacían sino contarse historias una y otra vez y entretener con ellas a los hijos e hijas de los patrones. La novela, pues, surgió como un género plebeyo. El desarrollo de la imprenta la hizo un medio de comunicación de masas, un recurso pretelevisivo de entretenimiento y formación.

Alejandro Dumas nació en 1802, el mismo año de Víctor Hugo, y murió en 1870, fecha en que falleció Prosper Merimée y se consumó el desastre del Segundo Imperio que permitió el surgimiento de Alemania como gran potencia. Dumas dejó 301 tomos de obras completas, suma inigualada por ningún otro escritor.

Él y Hugo fueron hijos de generales napoleónicos.

Contra lo que sugieren las fotografías, Dumas era blanco y de ojos azules. Su origen africano sólo se revelaba en el cabello encrespado. Su inmenso talento se ejerció primero en el teatro. Resucitó a Shakespeare, sepultado por el neoclasicismo, como estímulo para el drama romántico.

Perfeccionó el melodrama en la escena antes de llevarlo a la novela y se apropió de todo el pasado francés: “La historia es un clavo del que cuelgo mis novelas”.

La máquina de contar

Tuvo tanto éxito que para satisfacer la demanda planetaria de sus libros estableció una auténtica fábrica de ficciones. Llegó a emplear a 63 obreros de la pluma. A los que en inglés llaman ghost writers en Francia los denominaron “negros”, no como alusión a Dumas y al inmenso Pushkin...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR