El fin del "Bronx", la cloaca criminal de Bogotá

AutorRafael Croda

BOGOTÁ.- Son las cinco y media de la mañana y, como si la noche estuviera comenzando, las discotecas del Bronx rebosan de jóvenes que bailan reguetón. Es sábado y el estruendo de la música se escucha varias calles más allá de ese sector de cuatro cuadras habitado por 2 mil 500 indigentes adictos a las drogas.

A esa hora algunos de ellos duermen en la calle, entre charcos y basura. Otros fuman basuco (droga elaborada con residuos de cocaína procesados con éter, cloroformo, bicarbonato de sodio y hasta polvo de ladrillo) o viven la exaltación que les produce esa sustancia jugando en maquinitas tragamonedas en varios pequeños locales que nunca cierran.

Los expendios o "taquillas" de drogas y un par de bares miserables en penumbras están en plena actividad.

Los pistoleros o sayayines de los "ganchos" (organizaciones criminales) adueñados del Bronx -Mosco, Manguera, Nacional, América y Morado- custodian las tres bocacalles de ingreso al área, auxiliados por una veintena de campaneros (vigilantes) diseminados dentro y fuera del perímetro bajo su control.

Algunos de ellos ven pasar por la Calle 9 dos camiones de carga que doblan a la derecha en la Carrera 16 y se estacionan frente a uno de los comercios de esa céntrica zona de la capital colombiana. El abastecimiento a los negocios va a comenzar.

Dentro del Bronx la rumba es permanente. A esa hora las pequeñas barras de las discotecas Hulk, Tinytunes y Millonarios parecen concurridas tiendas de barrio. Quienes las atienden sacan de abajo del mostrador, de anaqueles a sus espaldas y de sus bolsillos, sobrecitos con basuco, mariguana y cocaína que entregan a su clientela adolescente.

También ponen sobre las barras botellas de aguardiente, ron o whisky que los muchachos provenientes de los barrios marginales de Bogotá compran para llevar a sus mesas. Son licores elaborados con azúcares fermentados en las "cocinas" de los viejos edificios del Bronx.

En la discoteca Millonarios, esa madrugada se venden unas "pepas" (drogas sintéticas) azules por 5 mil pesos colombianos (un dólar y medio). Un puñado de ellas pone a correr en la pista de baile, de un lado a otro, esquivando a los danzantes, a dos jo-vencitas de no más de 15 años vestidas con blusas entalladas y cortas.

Un agente infiltrado de la policía que presencia la escena observa cómo una de las jóvenes se sube a una mesa, se alza la blusa y comienza brincar hasta caer de bruces. Tras unos segundos de confusión, se levanta del piso frotándose la sangre que le brota de la nariz y sigue corriendo sin la blusa por la pista de baile de la discoteca.

El agente cree -y así lo escribiría posteriormente en su reporte- que ni la pista de baile ni la discoteca son dignas de ser llamadas así.

En el piso de Millonarios hay condones usados, papeletas vacías de basuco, ratas que se deslizan hacia los restos de orines y heces. El policía piensa -y luego lo escribiría así en su reporte- que el olor en esa discoteca es "una cosa tan repulsiva, que provoca trasbocar".

Millonarios es una fiesta sin restricciones y continua. Una vez adentro hay una regla básica: no meterse con nadie. La violencia en esa discoteca es monopolio exclusivo de los cuatro sayayines que controlan el lugar, todos ellos con revólveres al cinto y dos con escopetas recortadas en la mano.

Los pistoleros son parte del aparato de seguridad del gancho Mosco -el más poderoso del Bronx-, y el policía encubierto, que lleva semanas frecuentando las madrigueras del sector, lo sabe muy bien.

Cuestión de honor

Un tráiler que transita por la avenida Caracas gira a la derecha en la Calle 9, pasa a un lado del Bronx y se estaciona media cuadra adelante, como uno de los tantos transportes de carga que a esa hora comienzan a entregar mercancía en las bodegas de la zona. Son las 5:35 de la mañana del 28 de mayo de 2016.

En sólo tres minutos del tráiler bajan unos 180 policías de las fuerzas especiales y ocupan las dos entradas al Bronx que dan a esa calle. Simultáneamente otros 360 comandos con uniformes de combate controlan el acceso que queda del otro lado, en la Calle 10 con la Carrera 15 Bis, y entran con sus fusiles de asalto al frente.

Unos 30 sayayines que vigilan las entradas corren a ocultarse en los edificios de...

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