Los hombres perdidos

AutorJulio Scherer García

Los domingos, días de visita en las cárceles de la Ciudad de México, los presos, sus familiares y los guardianes devoran el espacio común. Miles de ellos, drogados y borrachos, degradan la jornada multitudinaria. No hay resguardo para los niños, víctimas constantes hasta de sus padres. A la luz del sol o semiocultos bajo tapadizos levantados con trapos y cartones, las criaturas son acariciadas, masturbadas, enajenadas, destruidas. Esos días los reclusorios se transforman en abrumadoras casas de citas, intramuros todo permitido.

Las familias, dispuestas a gozar el día, forman grupos y se convidan los tacos, las tortas, el chicharrón, las carnitas, las salsas, los refrescos. Platican mirándose, tan lejos como pueden de los radios que no dan tregua al rock y a toda estridencia posible. Los olores hacen del aire otro aire, mezclada la manteca rancia con los desperdicios que fluyen. De las diez de la mañana a las seis de la tarde, igual en el reclusorio norte que en el sur, veinte mil personas cohabitan en espacios diseñados para ocho mil.

Carlos Tornero Díaz,(1) director de las prisiones desde el cinco de diciembre de 1997, de setenta años de edad, cuarenta vividos entre psicópatas y criminales, pinta el cuadro y se describe como una nada en el océano vociferante. La marea lo cubre. A una distancia insalvable, apretujado entre bloques humanos, mira a custodios entregados a pasatiempos soeces.

A lo largo de sexenios descompuestos que reclaman sepultura, ha conocido a funcionarios y carceleros que se han entendido como amigos y cómplices. Juntos han llevado el hierro a las prisiones y lucrado a partir de su condición privilegiada. Son especie común los guardianes con automóvil, una bien instalada casa para la señora, y para las amigas de planta departamentos que no avergüenzan.

(...)

Tornero Díaz habrá conocido a unos noventa directores de cárceles citadinas y a más de quinientos de las 461 que existen a lo largo de la República. Muchos han delinquido y no ha sabido de uno, ladrón, violador, torturador, asesino, que haya pagado con su libertad. Las sanciones no han pasado de la remoción y una fianza menor para acallar el escándalo por alguna fuga espectacular.

Los contrastes hablan por sí mismos. Hombres de bien ganada fama han sido cazados por verdugos ocultos. Y el director de la cárcel de Tijuana terminó cuando manos enloquecidas le apretaron en la cintura una faja de explosivos, canana que prendió un cerillo.

"Soy psiquiatra y convivo con...

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