La invitación. Un relato sin ficción

AutorVicente Leñero

Eran como las nueve de la noche del jueves 21 de enero de 1988 cuando me telefoneó a Proceso un tal Moreno Cruz -el licenciado Moreno Cruz-dijo-, del PRI. A las primeras frases me enteré de que el cordial Moreno Cruz era uno de los encargados para establecer contacto con los invitados especiales a las distintas giras del Candidato -como le dicen en el PRI al candidato del PRI- y precisamente para eso me llamaba: para invitarme de manera especialísima, dijo, a nombre del licenciado Carlos Salinas de Gortari, a la etapa de "la semana próxima" en cuatro ciudades: León, Tuxtla Gutiérrez, San Luis Potosí y Monterrey. El candidato visitaría esos cuatro puntos clave en los gravísimos problemas de la escasez y la contaminación del agua en el país, y quería el candidato, de manera especialísima que yo formara parte de su comitiva de invitados a la campaña. Eso dijo Moreno Cruz.

La verdad es que nunca antes había aceptado invitaciones similares. Dije "no" cuando en 1969 me quisieron incorporar al grupo acompañante del candidato Luis Echeverría en su gira por Jalisco, y un "no" parecido exclamé en tiempos del candidato José López Portillo. Con el candidato Miguel de la Madrid ya nadie me invitó a ninguna parte, pero ahora, con el candidato Salinas de Gortari, escuchando al teléfono la voz comedida, cortés, se diría que hasta seductora del tal Moreno Cruz, sufrí unos instantes de indecisión. Como decimos en el teatro: hice una pausa.

Dos semanas antes, a principios de enero, un sábado a mediodía, Margarita González Gamio y Héctor Azar se reunieron en el CADAC de Coyoacán para conversar privadamente con Salinas, a lo que se denominó "un selecto grupo de intelectuales". No sé si fue por sugerencia de Margarita o por cortesía de Héctor por lo que yo resulté incluido en el grupo, el caso es que después de una riquísima comida en el jardín (cuarteto de cuerdas como fondo musical) y una breve reunión en el salón CADAC durante la cual Salinas de Gortari intercambió puntos de vista sobre temas culturales con algunos de los asistentes, Margarita Gonzalez Gamio me tomó del brazo y me jaló un poquitín aparte.

Ya íbamos de salida.

-Ven a saludar al candidato- me dijo.

-Ya lo saludé- le dije-. Ya hasta me despedí.

Era cierto, pero Margarita me sonrió como si yo me estuviera evadiendo de pura timidez y me condujo hasta el portón de la casona donde Salinas se despedía de don José Iturriaga. Cuando yo iba a hacer lo mismo, el candidato rechazó mi mano y extendió su derecha para señalarme la portezuela abierta de un auto inmenso estacionado allí mismo, al canto de la banqueta.

Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, en un abrir y cerrar de ojos -como se acostumbra escribir en los viejos cuentos- me vi instalado en el extremo izquierdo de aquel auto inmenso sobre un mullido asiento tapizado de azul, Salinas subió detrás, se oyó el característico cerrar de portezuelas de los secuestros, y el auto empezó a avanzar despacito hacia Miguel Ángel de Quevedo.

Sentí que hacía gulp y que mi hernia hiatal se contraía, mientras los pequeñísimos ojos de Salinas de Gortari me miraban de punta.

-Me da gusto verlo, Leñero.

-Gracias, licenciado.

En un principio traté de ser únicamente el dramaturgo Leñero, el novelista Leñero, pero el intercambio de frases tropezó necesariamente con Proceso.

-¿Qué tal Proceso?

-Ahí va licenciado... disfrutando de la libertad de expresión que se vive en México- dije.

En realidad no fue lo único inteligente que dije en todo el trayecto por Miguel Ángel de Quevedo, rumbo a San Ángel. De cuando en cuando el candidato saludaba con discretos ademanes de su derecha a quienes lo reconocían desde la calle o desde otros autos, y yo me sentía como viajando en carroza de rey.

Verboso de puros nervios traté de encomiar el periodismo cada vez más objetivo que tratamos de hacer en Proceso, a pesar de tantas fallas y convencido como estoy y como estamos muchos de que no hay razón para que los periodistas vivan de la greña con el poder. La distancia con el Príncipe que siempre encomia Octavio Paz, no tiene por qué ser barrancón insuperable, despeñadero. Eso hubiera querido decir a Salinas en ese momento, pero desde luego no logré articular pensamientos coherentes.

-¿Le gustaría caminar un rato?- me preguntó Salinas cuando el auto inmenso llegó a Revolución.

Frente al Mercado de Flores de San Ángel caminamos a paso lento rumbo a la calle Cracovia donde el candidato en campaña tiene su centro de operaciones. Salinas sonreía y saludaba a los puesteros, a uno que otro transeúnte, al tiempo que yo trataba de localizar con el rabillo del ojo a los guaruras con walkie-talkie que seguramente vigilaban invisibles el paseo de su jefe.

En el largo patio interior de Cracovia concluyó el pacífico secuestro, al estrechar la mano de Salinas me atreví:

-Usted debería hablar con Julio Sche-rer, licenciado... Conmigo puede hablar de literatura, pero para hablar de periodismo, de Proceso, sólo con Julio Scherer. De veras, licenciado, estaría muy bien.

Salinas rechazó enfáticamente mi sugerencia (sus ojos se convirtieron de pronto en alfileres), y nuevamente cordial me dio a entender que volvería a buscarme, para seguir hablando así, conmigo, otro día, en otra ocasión.

Cruz Moreno aguardaba al otro lado del teléfono el final de mi pausa.

Se adelantó:

La etapa del trabajo sobre los problemas del agua empezaría el martes 26 en León y terminaría en Monterrey el viernes 29. Cuatro días, un día para cada ciudad: León, Tuxtla Gutiérrez, San Luis Potosí y Monterrey.

-¿Está de acuerdo?

-Estoy de acuerdo -dije-. Sólo que tengo un problema.

Era cierto. Tenía un problema. Martes 26 y miércoles 27 me había citado con Luis de Tavira para concluir los ajustes dra-matúrgicos a una obra mía que Tavira empezaba a dirigir con la compañía CET. El trabajo era urgente y resultaba desproporcionado aplazarlo para atender una invitación a una gira política.

-Martes y miércoles no puedo -dije a Moreno Cruz-. Podría hasta el jueves y viernes, ¿hay algún problema?

-No creo, pero déjeme preguntar, mañana le aviso.

Puntual y más cordial todavía, Moreno Cruz me telefoneó la tarde siguiente. Lo había consultado y no, qué va, no había ningún problema. Era una lástima que yo no pudiera estar en la comitiva desde el martes 26 en León, pero el jueves 28 me incorporaría al grupo en San Luis Potosí para seguir luego hasta Monterrey, Moreno Cruz me haría llegar mi pasaje de avión México-San Luis a mi casa ese mismo sábado, junto con la información necesaria y los gafetes que debería usar durante las distintas reuniones de la gira. Me recomendaba Moreno Cruz, por último, que al bajar del avión me prendiera en la ropa uno de esos gafetes para que el...

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