Ivaginaria / Pornostalgia

Querido público adolescente: en un principio, ustedes no debiesen de estar leyendo esta columna porque se supone que es es para mayores de edad, sin embargo, debo anotar que aunque me chocan esas mamilencias de gente vieja y gastada de espíritu, debemos hablar de los muchos avances en materia de morboseamiento y pornografía.

Antaño las criaturas de su edad, no se masturbaban como ustedes que dejan la pantalla toda encremada con la pornografía que consumen fácilmente en internet e incluso en sus teléfonos celulares. Los muchachos de antes, y aquí sólo nos concentraremos en el sexo género masculino, consumían pornografía eminentemente de las revistas y de películas porno que pasaban en el cine o en las antenas parabólicas, que eran la cosas más anticlimática del mundo: de aquí a que se movía el armatoste para captar la señal de la película atascada, se nos pasmaba la leche.

Acaso algotros se las ingeniaban para ver películas en una videocasetera gigante, un proyector de filmes y una serie de aparatos inverosímiles, que seguramente ya estaban en un museo. La masturbación masculina no era una de esas cosas que podían hacerse como ahora, que descargamos un vídeo en internet y le damos play y ya tenemos un escenario digno de un chaquetón de miedo.

Sus papaítos, querido público adolescente y manuelero, se la jalaban en circunstancias bastante difíciles. Por ejemplo, tenían que ir a los cines pornos, hacían una fila muy expuesta y paletosa porque por alguna razón, debían hacer línea en la calle afuera de los cines para adultos. Si aquellos vivían en una ciudad chiquita, pues los porrnochaqueteros debían de aguantar la carrilla de la gente que los cachaba e incluso refinaban el arte de hacerse ueyes cuando coincidían en el centro chaquetero cinematográfico.

Eso era sólo el inicio ya que ese show sólo era en la entrada, después de haber sorteado el difícil trance de fingirse mayores de edad con una cartilla falsificada en una copiadora bastante añeja en la cual las falsificaciones salían horribles, como si les hubiera caído una mancha de chapopote. Los encargados de los cines dejaban pasar a todos, ya fuera por solidaridad puñetera o para llenar la sala de homínidos jariosos.

La proverbial complicidad masculina, en esta ocasión tapadera de una buena causa.

Ya en la sala nuestros puñeteros del ayer se las arreglaban para jalársela, ya fuera ostensiblemente, los más osados, y los tímidos, bajo un jorongo o chaqueta...Quizás estemos encontrando la raíz...

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