Krauze y el diálogo desde la Conspiratio

AutorJavier Sicilia

En el número 158 de Letras Libres, Enrique Krauze escribe un artículo, "Conspiratio con Sicilia", en el que de una manera fina y penetrante responde al que bajo el título de "Las trampas de la fe democrática" publiqué en la edición 1832 de Proceso, con motivo de la aparición de su libro Redentores (Random House Mondadori, 2011). Su crítica, como he dicho, es fina y penetrante. Fina, porque al retomar un concepto muy amado por mí, la conspiratio -ese intercambio de alientos de la primera liturgia cristiana que al abolir las diferencias creó la primera comunidad verdaderamente democrática que amenazaba a los estamentos imperiales- me invita, en el intercambio de alientos de la escritura y de las ideas, a ejercer una virtud defendida por todos pero criticada también por todos cuando se ejerce: el diálogo. Penetrante, porque a través de esa invitación y de la manera en que aborda su crítica a mis ideas, Krauze ahonda en algo tan fundamental como mal interpretado por las izquierdas duras: la tradición liberal. Krauze, contra las opiniones del embrutecimiento re-dentorista -que ha perdido cualquier capacidad crítica, es decir, cualquier capacidad de distinguir entre derecha, fascismo, militarismo y liberalismo-, no es un hombre de derecha, sino un liberal, es decir, un crítico de los totalitarismos, un hombre de diálogo y un defensor de las sociedades abiertas. Desde allí, ha comprendido como pocos no sólo mi anarquismo cristiano, sino la lucha misma del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y la tradición de las izquierdas democráticas.

Sin embargo, esa fuerza de su pensamiento es también, en el orden de las precisiones que hace "las trampas de la fe democrática", su debilidad. El liberalismo, obnubilado por combatir las expresiones duras de los totalitarismos, sobre todo de la izquierda -esas antiguallas de las que sólo quedan remanentes y tentaciones-, no logra ver el mal que habita, no en la teoría liberal -las teorías son siempre hermosas-, sino en el liberalismo aplicado y las sociedades abiertas que hoy señorean al mundo y que producen el malestar en el que vivimos. Es fácil criticar los remanentes de las formas perversas del pasado, sobre todo cuando se tienen pensadores que, como Popper, Berlin o, del lado de la izquierda, Camus, tuvieron que vérselas realmente con ellas. Es difícil, en medio del supuesto triunfo de las libertades, criticar las aberraciones del presente. De allí que los abordajes críticos de los liberales a las sociedades abiertas suelan ser siempre cosméticos. Los filósofos, decía un filósofo, habría que decirlo también de los historiadores, "tienen razón en lo que afirman, pero se equivocan en lo que niegan".

Desde esa dificultad, Krauze, amparado en la in-objetabilidad del liberalismo entendido no como una ideología, sino como una actitud ("Más que una ideología -escribe frente a la imposibilidad objetiva del anarquismo en la vida política y los desastres de los redentorismos- [el liberalismo] es una actitud: una disposición a razonar y argumentar, no a imponer; a demostrar y fundamentar, no a vociferar. El liberalismo en su esencia, no tiene que ver con la voluntad de poder, sino con la voluntad de saber (su valor supremo) es la tolerancia [...]") me critica, sin atender realmente a lo que "Las trampas de la fe democrática" distingue, 1) que confundo "dos vertientes del liberalismo: el político y el económico" y 2) que atribuyo al liberalismo "una naturaleza 'totalitaria'" que no sólo equivoca las genealogías, sino que, además, vacía "a la palabra (liberalismo) de contenido o [la rela-tiviza] hasta la trivialidad".

Contra lo que señala Krauze -un pretexto, más que una evidencia en mi artículo, para darnos una clase, necesaria para los "redentores", de la teoría política del liberalismo y, citando a Hannah Arendt, de sus respectivas genealogías-, nunca confundí ni al liberalismo político con el liberalismo económico, ni mucho menos al liberalismo con el totalitarismo. La frase que usé fue la siguiente:"[...] de las entrañas del liberalismo (de ese nosotros democrático) o, mejor, de la búsqueda de justicia y libertad, que se paralizó bajo la cuchilla de la guillotina, surgieron, a partir de Hegel y de la idea del devenir histórico, las ideologías totalitarias, incluyendo la que hoy nos domina, la del mercado y su rostro más seductor: la técnica". De sus entrañas, digo bien, hablando metafóricamente -y no, como pretende Krauze, torciendo, él sí, hacia el lado de la equivocidad, el sentido- de su naturaleza.

Usaré, para explicitarlo mejor, una frase que Iván Illich tomó de San Jerónimo y que yo, siguiendo a Illich, he usado también para criticar a mi Iglesia y a mi cristianismo: "La corrupción de lo mejor es lo peor". De la corrupción del...

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