El "olvidado" comandante Slim Helú

AutorDiego Enrique Osorno

El joven profesor de matemáticas Manuel López Mateos entró el 22 de enero de 1975 a las oficinas de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal. Estaba ahí para denunciar a Miguel Nazar Haro y Julián Slim Helú por secuestro y lesiones. Ellos eran agentes del grupo policial de fama más negra en la historia de México: la Dirección Federal de Seguridad (DFS).

Al calor de la Guerra Fría -bajo cuya lógica maniquea toda disidencia era "comunista"-las acusaciones contra aquella poderosa policía a las órdenes de la Secretaría de Gobernación eran inusuales: como primera línea de defensa contra los enemigos del Estado, la DFS era intocable. Todo valía "para garantizar la gobernabilidad".

La denuncia de López Mateos nunca se investigó.

Treinta años después, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdió la Presidencia de la República. El Partido Acción Nacional (PAN) llegó al poder. La alternancia puso fin a siete décadas de monopolio partidista y se inició la época actual, de transición política.

Para investigar los asesinatos, desapariciones forzadas y otros delitos cometidos durante el conflicto al que absurdamente se le llama "la guerra sucia" (¿acaso existen "guerras limpias"?), el nuevo gobierno de Vicente Fox Quesada creó una Fiscalía Especial. De forma paralela, buena parte de los archivos de la antigua DFS se abrieron y con base en ellos se produjeron toneladas de notas periodísticas y textos académicos; libros de reflexión sobre aquellos años traumáticos e informes especiales de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Pero de todo ello poco se tradujo en justicia. La impunidad prevaleció, ahora dispersa entre el caos "democrático".

En uno de esos expedientes desclasificados y guardados en lo que habían sido las crujías de la antigua cárcel de Lecum-berri -"El Palacio Negro", le decían entonces-, hoy sede del Archivo General de la Nación, está guardada la reseña interna de la denuncia de López Mateos registrada bajo una averiguación previa de efímera duración: la 8430/SC/74.

El informe interno de la DFS al respecto dice:

El 22 de enero de 1975, Manuel López Mateos (Sobrino del ex presidente) presentó denuncia en la Procuraduría General de Justicia y Territorios federales, en contra de Miguel Nazar Haro y Julián Slim Helú, por los delitos de privación ilegal de la libertad y los que resulten, motivo por lo que la mencionada Procuraduría, solicita la comparecencia de ambos Nazar y Slim ante la Mesa 15 a efecto de que rinda su declaración acerca de los hechos referidos en la denuncia.

El tono administrativo de la nota tuvo una respuesta inmediata y enfática. En el mismo documento oficial, marcado con la clave 21-500-75, una nota manuscrita ponía las cosas en su lugar, indicaba las prioridades del Estado y definía lo que tenían que hacer Nazar Haro y Slim Helú ante el citatorio del Poder Judicial:

De ninguna manera se presenten, por orden Superior. Y así fue.

La memoria en donde ardía

Estreché la mano de Manuel López Mateos a mediados de 2009 en la recepción de un lujoso hospital de la Ciudad de México. Estaba ahí para revisarse el corazón. Aquel joven -que quizá por ser sobrino del expresidente Adolfo López Mateos se atrevió a denunciar a los intocables comandantes de la Dirección Federal de Seguridad- era ahora un hombre calvo y con gafas, que tenía a su cargo la dirección de la recién fundada Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO). Detrás de los lentes, su mirada sugería los episodios trágicos que vivió décadas atrás por los que yo quería entrevistarlo.

López Mateos se recargaba en el brazo de su esposa, que lo acompañaba mientras nos dirigíamos a la cafetería del hospital. Tras charlar de su natal Vera cruz, de amigos en común y de la insurrección de Oaxaca en el 2006, le pregunté sobre su denuncia contra Nazar Haro y Slim Helú, quienes -según los archivos desclasificados- lo habían detenido bajo la sospecha de que pertenecía al grupo Unión del Pueblo, una organización armada cuyos fundadores, los hermanos Cruz Sánchez, siguen en la clandestinidad ahora y operan bajo las siglas del Ejército Popular Revolucionario (EPR), uno de los grupos guerrilleros que persisten en el México del siglo XXI, además del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

López Mateos pareció desconcertarse. Volteó a ver a su esposa y le acarició el rostro. Después me compartió su resumen de aquellos años: tras las masacres de estudiantes perpetradas por el régimen del PRI en 1968 y en 1971, aumentó el número de jóvenes que decidían encarar la represión gubernamental con grupos armados inspirados en Fidel Castro y Ernesto El Che Guevara, dijo, aunque el gobierno de Cuba, en esos años, tenía mejor relación con el emblemático policía político de la época, Fernando Gutiérrez Barrios, que con cualquier dirigente guerrillero mexicano. Me habló luego del sueño revolucionario, la liberación de México y las características autoritarias del régimen cuya esquizofrénica naturaleza (revolucionaria pero institucional) hizo que fuera definido por Mario Vargas Llosa como "la dictadura perfecta".

En 1974, alguno de aquellos grupos guerrilleros colocó una bomba en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde López Mateos estudió y apenas empezaba a impartir clases de matemáticas. El acto provocó que varios universitarios fueran detenidos y llevados a los separos de la DFS, sospechosos de ser los dinamiteros. Uno de ellos fue el sobrino del expresidente.

A López Mateos lo golpearon y encerraron a partir de la una de la tarde del 29 de noviembre de 1974 y por 24 horas en la sede policial ubicada junto al Monumento a la Revolución Mexicana. Frente al mausoleo nacional en el que yacen los restos de Pancho Villa y otros héroes de la patria, el agente Miguel Nazar Haro le daba puñetazos al "sospechoso", a quien en los archivos se le clasifica como "elemento revolucionario", aunque durante la golpiza se le decía "pinche revoltoso".

Dos meses después, López Mateos decidió ir a poner la denuncia contra los agentes que lo habían detenido y lo habían golpeado.

-¿Julián Slim Helú también lo torturó? -pregunté.

-¿El hermano de Carlos Slim? -reviró-No, él no me golpeó.

-En la denuncia usted incluyó su nombre -dije mientras acercaba el documento.

-Él también estaba ahí pero él no me golpeó. Sólo fue Nazar Haro.

Tras escuchar su historia fue difícil no pensar en el título (tomado de un verso de Quevedo) de una novela del exguerrillero y escritor argentino Miguel Bonasso... La memoria en donde ardía.

Era la guerra

El principal grupo guerrillero de esos años fue la Liga Comunista 23 de Septiembre. En el otoño de 1973, la organización de inspiración marxista ejecutó las dos acciones más radicales de su breve existencia: el 17 de septiembre el empresario cervecero Eugenio Garza Sada fue asesinado en Monterrey por uno de los comandos de la Liga en un intento de secuestro; un mes después, otro comando guerrillero plagió en Gua-dalajara al cónsul británico Anthony Dun-can Williams y al empresario del almidón Fernando Aranguren Castiello. Garza Sada era un dirigente carismático de Nuevo León -el estado más industrializado del México de esos tiempos-, mientras que Aranguren Castiello era uno de los líderes empresariales más destacados de la zona occidental del país.

La Liga expresó sus demandas: a cambio de liberar a Duncan Williams y a Aranguren...

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