Los olvidados

Los sonidos estruendosos de los carros y autobuses que pasan apenas a unos centímetros retumban y provocan que el viento helado de esta noche sacuda con más fuerza.

A lo lejos se perciben dos pequeños bultos entre unas columnas del Metro sobre el camellón de la Avenida Colón, casi a la altura de Vallarta.

Roberto viste una sudadera gris delgada con el gorro puesto y hace todo lo posible por engarruñarse bajo una cobija café.

El frío del pavimento es causa de la temperatura de cinco grados centígrados.

Es un hombre de 40 años, muy delgado, de tez blanca, barba larga y voz aguardentosa. Luce débil. El olor a alcohol lo envuelve.

A veces elige la banqueta de un Oxxo para dormir, la central camionera, el albergue de la Parroquia de Santa María Goretti o el Puente Rube, en el cruce de Ruiz Cortines y Bernardo Reyes.

Llegó hace años, sin poder precisar cuántos, a vivir a Monterrey. Es originario de Misantla, Veracruz, y vive en la calle; no dice el porqué.

"Te leen tu mente, señorita, y te encuentran cosas que te duelen. Y ahí se detienen, y te lastiman", dice Roberto, haciendo alusión a una tortura mental que afirma recibir por algo que hizo en el pasado.

Pasan unos minutos y se endereza. Busca algo dentro su pantalón, y saca una botella de mezcal.

"Lo guardo porque los desgraciados me lo roban, mis amigos. Esto me hace sentir bien para no sentir fuerte la tortura mental. Con el perdón de ustedes", se disculpa, y le da un trago largo.

En el Oxxo el mezcal le cuesta 22 pesos; en el Súper Siete, 21, y en Soriana, 18. Enumera de corrido. Consigue el dinero "charoleando".

"En Soriana, en la Goretti, hemos muerto ya varios, ahora sigo yo, que recibo tortura mental".

A unos pasos, recargado en otra columna del Metro, hay un hombre cobijado; aunque se le habla no responde. Roberto advierte que no va a contestar.

"Está más ido que yo".

II

El escenario sombrío: las noches heladas, el temblor del pavimento al pasar los camiones y el mundo donde la gente evade la mirada, no son ajenos para Andrea.

Desde su nacimiento, su entorno la llevó a conocer la vida en las calles. Como la de Roberto.

Sus padres, ambos ya fallecidos, eran indigentes, recolectaban leña y tenían adicción al alcohol.

Estuvo en la Casa Paterna La Gran Familia y en el Hogar Ortigosa, pero las marcas profundas de su niñez y adolescencia le dificultaron tener cabida en la sociedad.

Miriam de León, cofundadora de la asociación civil Salud Mental para Indigentes, una mujer enérgica y defensora...

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