Parias del siglo XXI

AutorDavid Ibarra

En casi cualquier latitud se observan grandes grupos de la población que no encuentran cobijo, que son parias distributivos que, por una razón u otra, han de vivir en la pobreza, en el desamparo, carecer de voz política cuando paradójicamente el mundo reconoce más que nunca los derechos humanos y cuando los avances de la tecnología podrían asegurar el bienestar de todos. Más de 200 millones desempleados y casi 200 millones de pobres configuran la dramática situación del mundo.

La larga historia de su exclusión y pobreza se agrava hoy por dislocaciones derivadas de la matriz de cambios socioeconómicos que no acaban de asentarse desde su instauración en el último cuarto del siglo pasado y que constituyen la raíz de la crisis universal de 2008-2009. Unido al conservadurismo del Primer Mundo, las soberanías se debilitan al ceder el paso a normas extraterritoriales que frecuentemente violentan el sentir democrático de los países. América Latina quizá no hubiese experimentado con la misma intensidad la década perdida de los años ochenta, si junto a la corrección de desajustes propios no se hubiese sumado la aceptación acrítica de los dictados del Consenso de Washington. Asimismo, los draconianos acomodos recientes de Grecia, Irlanda, Portugal o España no habrían cobrado su actual hondura antidemocrática sin las presiones externas de Bruselas, Alemania y del Fondo Monetario Internacional (FMI) que ya han derribado a varios gobiernos electos con independencia de su afiliación política.

El nuevo orden económico altera de raíz la vieja división internacional del trabajo. China, India o Indonesia merced a la amplitud de sus mercados, la baratura de la mano de obra y la afluencia del capital extranjero de consorcios trasnacionales, atraen y concentran la inversión, la producción y el empleo del mundo. China ya es el primer productor industrial y energético; con Alemania toma primacía en materia de exportaciones y alcanza ritmos de desarrollo que son envidia universal. En contraste, la generalidad de los países del Primer Mundo, experimentan crecimiento bajo, acumulan balanzas de pagos deficitarias, se desindustrializan y dedican sus esfuerzos a impulsar algunos servicios, como los financieros, a los que asignan altas remuneraciones, altos valores agregados y enorme poder económico. Tales hechos están detrás de burbujas especulativas y crisis globales y nacionales que difícilmente podrían resistirse de manera indefinida.

(...) Los desajustes del orden internacional generan serias dislocaciones en los mercados de trabajo y el poder relativo de las fuerzas políticas de los países. Se hace competir de golpe a los trabajadores de todas las naciones, existiendo notorias diferencias salariales, en las dimensiones de las reservas de mano de obra, en las legislaciones protectoras del trabajo. En términos globales ello eleva las utilidades, reduce los costos de producción, amplía la ocupación de pocas economías (China) y la suerte de empresas trasnacionales. Sin embargo, en otras latitudes desgrana a las instituciones laborales y las organizaciones obreras, crea desocupación e informalidad, debilita la negociación colectiva e induce a la pérdida de derechos adquiridos vía la ñexibilización de las normas incorporadas a las reformas laborales. Como resultado, se erosiona la fuerza política de los trabajadores, se debilitan los estados benefactores, se violan los pactos sociales, mientras se refuerza a los consorcios empresariales, singularmente los financieros.

Varios hechos destacan en la evolución de los mercados de trabajo. De un lado está el desempleo crónico, alto, recrudecido por la crisis en el Primer Mundo que alcanza alrededor de 8 a 12% de la mano de obra y que se sostendrá con alta probabilidad en niveles cercanos hasta el 2016. De otra...

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