El placer heredado de José Emilio Pacheco

AutorJosé Emilio Pacheco

Lorena Crenier -editora del primer volumen De niños para niños (1983), fruto de ese concurso infantil- le pidió a José Emilio Pacheco autorización para reproducir su texto La lectura como placer. Gracias a la generosidad del poeta, éste fue publicado en forma de plaquette en 1995 para conmemorar los 40 años de la escuela.

Crenier, miembro del equipo Alas y Raíces, fundado por Susana Ríos Szalay en Conaculta, coautora con Susana Cato del multimedia interactivo para niños Lotería. Caja de sorpresas mexicanas (Fonca-UNAM, 2004), considera que este trabajo presentado por el Alexander Bein en 21 páginas "es una invitación a ponderar esa enrique-cedora actividad del espíritu, frente a los vértigos de la tecnología y la información caótica que nos asaltan por doquier".

El pasado 26 de enero se cumplió un año de la dolorosa partida de quien era considerado el más destacado hombre de letras en lengua española (escritor, poeta, traductor y periodista). Este placentero trabajo de José Emilio (el JEP del "Inventario" de Proceso) se reproduce íntegro como herencia y compromiso del poeta por las palabras:

Si no leo, me faltan las palabras, mi propia lengua se vuelve un idioma extranjero y hallo enormes dificultades para pensar.

I

"La literatura", dice Katherine An-ne Porter, "es una de las pocas felicidades del mundo". Reivindicaba así el derecho de leer como un espacio de goce que debe estar al alcance de todo ser humano por voluntad propia, en modo alguno como algo impuesto u obligatorio. Leer con la naturalidad con que respiramos y hablamos. Leer como una parte indispensable de la vida, como un medio para vivirla de la mejor manera posible.

Unos cuantos años han transcurrido entre el derrumbe del muro de Berlín y las inexpresables tragedias de Bosnia y Ruanda. Ya este breve periodo también puede caber entre un título de Dickens y otro de Balzac: Grandes esperanzas y Las ilusiones perdidas. Por vez primera desde que se inventó la idea del progreso y la edad de oro se situó ya en un pasado inmemorable sino en un porvenir al alcance de la razón y el esfuerzo humano, sentimos que nos estamos quedando sin futuro: el mañana, tememos, será necesariamente peor que este presente asediado por nuestras lamentaciones.

Abrir el periódico, encender el televisor, escuchar la radio producen cada día la sensación de que en todas partes se ha roto el pacto social, volvemos al estado de naturaleza, recaemos en la barbarie. Algunos, como Leonardo Sciascia, atribuyen todo esto a la erosión de la palabra escrita.

II

Un mundo sin lectura es un orbe en que el otro sólo puede aparecer como el enemigo. No sé quién es, qué piensa, cuáles son sus razones. Sobre todo, no tengo palabras para dialogar con él. Por lo tanto sólo puedo percibirlo como amenaza.

El futuro dejaría de serlo si pudiéramos predecirlo. La historia reciente ha desmentido a todos los profetas, lo mismo a quienes aseguraron el apocalipsis que a los que vaticinaron un porvenir de fraternidad, libertad y prosperidad para el planeta entero. Aprendamos la lección de la arrogancia vencida y seamos humildes. No puedo hablar de lo que vendrá y lo ignoro, sólo me es posible referirme a este presente que se me escapa y mientras me ocupo de él se vuelve parte del insaciable pasado.

III

Al tratar el tema es imposible rehuir el verse en el papel de alguien que hace un siglo, en noviembre de 1894, se hubiera presentado en público a intentar la defensa de la diligencia y el barco de vela frente a sus aniquiladores: el ferrocarril y el trasatlántico. Y sin embargo está en la naturaleza del progreso el devorar a sus propios hijos. Hoy nadie que pueda pagarse el avión se sube a un tren, los trasatlánticos fueron desplazados por el jet y sólo se emplean para cruceros. De cualquier modo nada se pierde y todo se transforma. Lo que desaparece de la vida cotidiana -tranvías, fuentes de sodas con mostradores de mármol, la mainstreet tradicional, la granja no tecnologizada- reaparece como Disneylandia, como la nostalgia de lo que no vivimos y nunca fue nuestro. La idealización del pasado ocupa el lugar de la memoria. Esperemos que dentro de veinte años no haya un parque temático dedicado a los libros.

IV

No es posible hablar de estos temas sin plantearse la siniestra duda: defender hoy el libro y la lectura, ¿no equivale a negar la realidad abrumadora y hacer el elogio de la diligencia y el barco de vela? ¿No significa ponerse con los brazos abiertos en medio de las vías sólo para ser arrasado por la locomotora del progreso?

La mínima honradez exige poner las cartas sobre la mesa y presentar mis credenciales. Soy un producto de la imprenta y un adicto a la letra. No pretendo hablar a nombre de nadie sino de mí mismo. Cuando empecé a escribir me enseñaron que el yo era odioso; lo elegante y lo educador resultaba emplear siempre el nosotros. En el fondo de esta regla de buena conducta literaria estaba la ilusión de que existía una comunidad de personas ilustradas o que aspiraban a serlo. Compartían un vocabulario y un código y unas cuantas ideas generales en torno a lo que en este terreno era el bien común.

Ahora lo arrogante y muchas veces intolerable es hablar en primera persona del plural. Antes de decir nosotros, me objetarán con qué derecho me concedo la pretensión de opinar a nombre de quienes no son yo. Es decir, el resto de la humanidad que incluye entre muchos otros millones a los angloamericanos, las mujeres, los jóvenes, las multitudes de...

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