De política y cosas peores / Matar el tiempo

Don Mitrato Testornata le confió a un amigo: "Estoy empezando a sospechar que mi mujer me engaña. Estamos construyendo una nueva casa, de una sola planta, y le pidió al arquitecto que el clóset de la recámara tenga salida a la calle"... Varios billetes de 500 pesos estaban conversando, y los oía una monedita de 5 pesos. Habló con orgullo uno de los billetes: "¡Qué bien nos la pasamos los domingos! Nos llevan a restaurantes de lujo, a un palco en el futbol, a jugar póker... ¡Vamos a los mejores sitios!" Dijo muy triste la monedita de 5 pesos: "¡Qué suerte tienen ustedes! ¡En cambio a mí al único lugar que me llevan los domingos es a la iglesia!"... Acnerito llegó a la adolescencia. Cierto día su mamá lo sorprendió en trance solitario de carnalidad. No se preocupó la señora, pues bien sabía que tal cosa es propia de la edad y que ningún mal deriva de ella en circunstancias de normalidad. Pero notó que aquello se repetía con frecuencia, y entonces sí se preocupó. Decidió llevar a Acnerito con el señor cura. El padre Arsilio lo recibió en la sacristía, tras atender a una feligresa que le había llevado un pastel a regalar. Previamente enterado del problema por la mamá de Pepito el sacerdote le preguntó al muchacho: "¿Por qué haces eso, hijo?" Contestó Acnerito: "Para matar el tiempo, Padre". En eso el sacristán le avisó al señor cura que alguien le hablaba por teléfono. Salió el padre Arsilio. Cuando regresó, el pastel había desaparecido. Preguntó: "¿Dónde está mi pastel?" Confesó Acnerito: "Me lo comí". "¿Por qué?'' -se indignó el párroco. Explicó el adolescente: "Es que usted tardó mucho, y no tenía nada qué hacer". "¡Desgraciado! -clamó hecho una furia el padre Arsilio-. ¿Y por qué en vez de comerte el pastel no te pusiste a matar el tiempo?"... Un parroquiano de la casa de mala nota protestó por el excesivo cobro que pretendía hacerle la muchacha. "¿Cinco mil pesos? -se indignó-. Estás loca si piensas que te voy a pagar ese dinero. ¡Yo no soy el pendejo de nadie!" "¡Pobrecito! -respondió la daifa con acento de fingida compasión-. ¿Y no has buscado alguien que te adopte?"... Babalucas era...

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