Retratos de Luis Villoro

AutorGuillermo Hurtado

Primer retrato: La Hacienda

San Luis Potosí, México. Un niño alto y delgado cruza junto con su madre el patio central de una hacienda. El tumbrarse a la geografía y a la gente del lugar. Nacido en Barcelona, hijo de una familia que había emigrado por la Revolución, había vivido en Europa la mayor parte de su vida. La madre y el niño se aproximan a un grupo de peones que los esperan con el sombrero en la mano y la cabeza agachada. Cuenta entonces Villoro:

Todos me saludaban con una gran devoción porque yo era el patroncito, era yo el niño de la patrona. Uno de estos indígenas se acercó a mí con gran reverencia, me tomó la mano y me la besó, esto fue para mí una impresión verdaderamente terrible, que un viejo calentado por el sol que está haciendo las faenas del campo más duras viniera a mí, un pobre chamaco que no tenía nada que ver con él, y viniera a mí, y con un rasgo de respeto me besara la mano. Para mí fue una cosa a la vez terrible, insultante en el in-terior de mí mismo y de un respeto último, grandísimo para este individuo, para este viejo. Éste fue un rasgo que se me quedó grabado en toda mi vida y (yo creo que mi libro) Los grandes momentos del indigenismo en México (...) obedece a este rasgo que yo tuve en ese momento.

Villoro se refiere a su primer libro, que publicó en 1950, a los 28 años. Pero el tema de los indios mexicanos ha sido uno que le ha preocupado durante toda su vida. Y digo que trata de un problema que toca las fibras más profundas de su persona. A Vi-lloro no le quita el sueño el indio como un concepto abstracto, sino como un ser humano concreto. Esta inquietud la ha extendido a todos aquellos que sufren algún tipo de exclusión, es decir, de injusticia. El ejercicio de la razón y, en especial, de la razón filosófica, siempre ha sido, para Villoro, el ejercicio de una razón vital. Incluso sus obras más teóricas y abstractas han tenido, en el fondo, una preocupación existencial, moral y política, en el mejor sentido de esta palabra tan manchada. Podemos decir que Villoro siempre ha creído en el poder liberador de la razón y que por eso ha buscado ofrecernos una visión filosófica de ésta que, sin caer en el escepticismo o el nihilismo, sea la de una razón a la altura del hombre. Así hemos de entender, creo yo, la original teoría del conocimiento que ofreció en Creer, saber y conocer. Cuando propuso allí su definición revisionista del conocimiento, en la que elimina la cláusula de verdad, lo que él pretendía era formular una concepción del conocer que nos permitiera comprender mejor la práctica epistémica en su dimensión histórica, pero sobre todo en su compleja relación con la práctica política. Es por eso que entre Creer, saber y conocer, impreso en 1982, y El poder y el valor, publicado en 1997, existen relaciones tan estrechas. La ética epistémica del primer libro desemboca en la ética política del segundo; el comunitarismo epistémico del primero en el comunitarismo político del segundo; la defensa de la objetividad de la verdad del primero en la de la objetividad de los valores del segundo.

En la obra filosófica de Villoro, que se extiende a lo largo de seis décadas, se observa una extraordinaria continuidad en las preocupaciones que la han motivado. Se puede decir que los principales temas de su filosofar han sido los siguientes: la comprensión metafísica de la alte-ridad, los límites y alcances de la razón, el vínculo entre el conocimiento y el poder, la búsqueda de la comunión con los otros, la reflexión ética sobre la injusti-cia, la defensa del respeto a las diferencias culturales, y la dimensión crítica del pensamiento filosófico. Para desarrollar estos temas, Villoro ha recorrido un enorme territorio filosófico. Es larga la lista de autores sobre los que él ha escrito con autoridad: Maquiavelo, Descartes, Rousseau, Marx, Dilthey, Husserl, Marcel, Wittgens-tein, Rawls, etcétera. Villoro transitó puntualmente por las principales corrientes filosóficas del siglo XX: el existencialismo, la fenomenología, el marxismo, la analítica...

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