El rostro de Julio César

AutorMarcela Turati

Se enteró del asesinato de su esposo, Julio César Mondra-gón Fontes, a través de las redes sociales: lo reconoció por su playera roja y su bufanda. Cuando acudió al Servicio Médico Forense de Chilpancingo un doctor le dijo: "Tiene que ser fuerte para lo que va a ver, a su esposo lo desollaron vivo", y sin más se lo mostraron así, sin cara, sin ojos, el cuerpo moreteado, junto a los cadáveres de dos de sus compañeros normalistas, ellos asesinados con balas.

Estos días recibió dos cheques en su casa: uno por 5 mil, el otro por 10 mil, cortesía del gobierno del estado de Guerrero. Para Marisa Mendoza, la viuda de 24 años, ahora madre sola de una bebé de dos meses, la revictimización no ha terminado.

"Me da miedo esta situación, temo por mi seguridad. Mi hija se quedó sin padre. No quiero que se quede sin madre. Está muy chiquita. Me necesita a mí como yo a ella. Solamente quiero proteger a mi hija. No sé cómo esas personas (del gobierno) dieron con mis datos y no sé qué otra persona los tenga", dice, y se nota asustada.

La entrevista se realiza a oscuras, dentro de una camioneta estacionada en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México. Del exterior se colaban los gritos de los miles de manifestantes que el pasado miércoles 22 exigían la aparición con vida de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, desaparecidos el 26 de septiembre en la ciudad de Iguala, Guerrero. Marisa temía que la reconocieran (su foto -ella feliz con su marido y su bebé recién nacida- rola en internet) y le pidieran entrevistas.

La joven y Guillermo Fontes, tío de su marido, decidieron hablar sobre Julio César -El Chilango, como le decían en la normal donde recién había ingresado-porqué su asesinato parece arrojar una losa de silencio sobre lo que no se quiere ver, y el silencio abona a las especulaciones: ¿Por qué a él lo eligieron de entre todos los normalistas para desollarlo? ¿Quién era? ¿Qué hizo?

La última vez que lo vieron sus compañeros fue cuando estaban rodeados por policías municipales de Iguala, quienes les disparaban.

El tío Guillermo comenzó la entrevista diciendo que le dolió leer en una columna que le cambiaron el apellido a su sobrino, y en una nota que Julio se separó de sus com-'' pañeros la noche de la represión y corrió en sentido contrario, como si fuera un cobarde.

Queremos saber con qué intención le echó la culpa, por qué dijo que salió espantado cuando le dijeron que no se separe del grupo. Julio tuvo la oportunidad de escapar y no lo quiso hacer, lo dijo en una llamada de celular en donde avisó que les estaban disparando. Se le dijo: 'Escóndete, vete de ahí', pero él dijo que no.

Esa llamada fue la última comunicación con Julio. Un día después se difundió la foto del cadáver desollado no identificado, arrojado como desperdicio a una calle de la zona industrial de Iguala. Al día siguiente los normalistas lo identificaron: era El Gúlanqo. Nadie le avisó a Marisa.

"En redes sociales publicaron una foto de él como...

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