Scherer, el retratista

AutorJulio Scherer García

Vigente la ley de disolución social (el sospechoso en la mira /del Estado), Amoldo Martínez Verdugo sufrió la persecución sucesiva del tiempo de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. Durante los años extremos de Tlatelolco, en 1968, se ocultó en una casa de campesinos cercana a la ciudad de México. Apenas salía al viento del ejido y escribía boletines que terminaban en botes de basura, artículos, proclamas, panfletos, ensayos que apenas eran leídos. Estudió ruso para leer en el idioma original algunos pasajes que Krupskaya, la mujer de Lenin, había dedicado al líder de la Revolución de Octubre.

Erguido como un poste, Martínez Verdugo tenía unos labios delgados que sonreían seguido y comunicaban una sensación de ni la nariz le habían crecido, cercano a los noventa años, como suele ocurrir con ancianos y ancianas que terminan desfigurados. Por su personalidad propia y atractivo como líder de los comunistas, llamaba la atención de las mujeres. Había una, su devota, fea de pies a cabeza y antipática de izquierda a derecha, que le escribía llameantes cartas de amor. Escritora de oficio, Martínez Verdugo conservaba en su portafolio la carta que más disfrutaba, testimonio de las pasiones que desbordaba en el mundo femenino.

Un día dejó entreabierto el maletín sobre una silla de su recámara. No era usual tamaña distracción en él. El portafolio contenía documentos internos del Partido Comunista y podría haber significado buen material para las pesquisas políticas del gobierno.

A su mujer la sorprendió un pliego que apenas se asomaba del apretado legajo que conservaba Martínez Verdugo en el portafolio. Leyó la hoja y sin demora fue al guardarropa de su marido, quitó las perchas de los trajes, abrió los cajones que guardaban camisas, calzoncillos, zapatos, que había perdido.

Experto eminente en mecánica de suelos, el rector de la UNAM, Nabor Carrillo Flores, encabezó el traslado a la Ciudad Universitaria de las instalaciones que la casa de estudios había ocupado por años en el primer cuadro de la capital.

Muchos profesores, investigadores, estudiantes, personal administrativo, vigilantes, becarios de América Latina y los Estados Unidos, dejaron los edificios de la Facultad de Jurisprudencia, la Facultad de Medicina, la Facultad de Ingeniería, que llecida por los murales de José Clemente Orozco.

Orientado por los constructores de la Ciudad Universitaria, sobre todo por el arquitecto Carlos Lazo (el arquitecto de Dios llegó a llamársele), Carrillo...

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