Como el que se fue, otro año terrible

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

Parecería que el propósito del presidente Felipe Calderón al proponer el 15 de diciembre -que no fue el 28, como podría creerse- haya sido que la atención pública se concentrara en ese tema, de suyo muy relevante, y dejara de ocuparse de fenómenos que la atosigan día con día. Si tal fue el objetivo es difícil que lo consiga. Sin duda la serie de enmiendas constitucionales y legales será discutida, desde ahora y a partir de febrero, cuando se reanuden las actividades senatoriales. Pero su debate no impedirá que la preocupación nacional se aboque a los asuntos que mostraron su alto relieve la semana pasada.

La lucha del conservadurismo católico contra reformas legales que hagan pleno el respeto que la sociedad debe a sus integrantes, tiene ahora un nuevo frente, el de las enmiendas al derecho familiar en la Ciudad de México. Si llegara a consumarse, topará con hueso la pretensión de que se declare inconstitucional la nueva definición de matrimonio contenida en el Código Civil capitalino. Es inobjetable y salvo un desliz sintáctico hasta tiene el aire poético que le transmite la materia de que trata: "es la unión libre de dos personas para realizar la comunidad de vida, en donde ambas se procurarán respeto, igualdad y ayuda mutua". Estaría mejor sin la redundancia de la última palabra. Pero eso es una minucia.

Aunque se ha concentrado la atención en el hecho de que tal definición (y la supresión de la fórmula previa, que se refería a un hombre y una mujer) consagra la posibilidad del casamiento entre personas del mismo sexo, el resultado es más amplio y por ello es inexpugnable. Ningún jurista que lo sea en verdad puede tachar de ilegal y menos aun de inconstitucional el que se hable de la unión de dos personas. El matrimonio heterosexual gana en profundidad al ser definido de esa manera. Y lo hace aun desde la perspectiva cristiana profunda, no la del catolicismo vulgar y superficial que se basa únicamente en el catecismo elemental: la persona es más que un hombre o que una mujer, pues comprende sus valores espirituales, añadidos a su configuración biológica, meramente orgánica. Recuerden los creyentes que no bastó, según se lee en el Génesis, que Dios modelara una figura de barro, un cuerpo, sino que le insufló su propio aliento, lo hizo persona, a su imagen y semejanza.

Los jefes eclesiásticos se arriesgan a caer en trampas pantanosas cuando transitan por caminos de la vida familiar y sexual, pues a una la desconocen casi por completo y en...

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