Testimonios dol oprobio

AutorJuan Pablo Proal

En 1996 poseía un boyante negocio de computación. Un día su secretaria empezó a bajar su rendimiento debido a problemas personales y un conocido le recomendó que inscribiera a su empleada en los cursos del Instituto Mundial de Empresas de Cienciología (WISE, por sus siglas en inglés).

Cuando regresó del curso, la secretaria le contó a su jefe que el WISE era una maravilla y lo persuadió de que se inscribiera para mejorar los resultados de la empresa. Primero tomó el curso Aprendiendo a aprender, creado por Ronald Hubbard, fundador de la Iglesia de la Cienciología, también llamada dianética. Y después siguió con más: la lista de conferencias y talleres era tan larga que podría pasar toda su vida en capacitación.

Rafael se sentía satisfecho con los cursos del WISE y esta organización lo envió al Instituto Tecnológico de Dianética. Durante los tres años siguientes cursó cuanta capacitación le ofrecieron, para lo cual desembolsó alrededor de 250 mil pesos.

Convencido de que su vida estaba mejorando, abandonó su negocio y se incorporo como miembro de planta del equipo de esta organización, a cargo de la promoción y la mercadotecnia. Ganaba un promedio de 200 pesos semanales. Sobrevivía con sus ahorros.

Eran tales la dedicación y el empeño de Rafael que ascendió rápidamente en la asociación. Llegó el momento en que los altos mandos lo invitaron a formar parte de la Organización del Mar, el grupo dentro de la dianética que controla todos los brazos de la cienciología en Latinoamérica.

Firmó un contrato humanamente incapaz de cumplir, por un plazo de un billón de años... los cienciólogos creen en la reencarnación. Le encomendaron monitorear las finanzas de la dianética en Sudamérica, Guadalajara y Puebla. Durante cuatro años se volvió una especie de agente viajero para la Organización del Mar. Cuando regresó a México comenzó a desencantarse del credo.

Atestiguó cómo a la venezolana Aída Torcatt, integrante de la organización, le salió una mancha en el brazo izquierdo. Rafael pidió auxilio médico para ella pero fue ignorado. La mancha crecía imparable hasta que el director continental de finanzas, Fabián Mora, le pidió dinero a Rafael para regresar a la enferma a Venezuela. Si ella se moría en México sería un peligro para la organización, le dijo.

Un día de 2005 Rafael reconsideró las cosas. Echó un rápido vistazo al pasado. Antes era dueño de una empresa, tenía amigos, veía a su familia; con la dianética su vida había dejado de pertenecerle.

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