El Van Gogh desconocido, lejos del mito

AutorAnne Marie Mergier

AUVERS-SUR-OISE, FRANCIA.-Un poético manto de hiedra cobija las dos tumbas gemelas. Sólo emergen, idénticas, las sobrias lápidas funerarias. En la primera se lee "Aquí descansa Vincent van Gogh 1853-1890", y en la segunda "Aquí descansa Theodore van Gogh 1857-1891".

Con gestos delicados, Machteld van Laer y Willem van Gogh disponen girasoles y dalias amarillos sobre la hiedra. Luego se recogen en silencio.

Llegaron de Ámsterdam para conmemorar el 125 aniversario luctuoso de Vincent van Gogh, su tío bisabuelo, quien falleció el 29 de julio de 1890 en este hermoso pueblo ubicado a escasos 30 kilómetros de París. Los acompañan en esa ceremonia íntima Axel Rüger, director del Museo van Gogh de Ámsterdam y sus colaboradores cercanos: Dominique Charles-Janssens, director del Instituto Van Gogh de Auvers-sur Oise e Isabelle Méziéres, la alcaldesa de este municipio.

Un poco apartado del pueblo y bañado en una luz transparente, el pequeño panteón está rodeado por campos de trigo que ondulan al viento.

"Caminar por los senderos que recorrió Vincent van Gogh y contemplar los paisajes que le inspiraron sus últimas obras maestras siempre despierta profundas emociones", confían a la corresponsal los descendientes del pintor que visitan Au-vers-sur-Oise con cierta frecuencia.

Pensativos, comentan que nunca se sabrá cuál de estos senderos tomó Van Gogh el fatídico domingo 27 de julio de 1890 al atardecer, ni cuánto tiempo caminó, ni hacia dónde lo hizo antes de detenerse, sacar una pistola y dispararse una bala en el pecho.

El proyectil no alcanzó el corazón, sino que se incrustó en el abdomen. Gravemente herido, Van Gogh regresó al Auber-ge Ravoux, la modesta pensión donde se hospedaba.

El doctor Paul Gachet, su amigo en el pueblo, acudió de inmediato para atenderlo. El día 28 por la mañana llegó Théo de París y encontró a su hermano mayor, sufriendo pero lúcido, casi sereno y en mejor estado de lo que temía. Estaba encamado en su habitación monacal, en la buhardilla de la pensión. Por momentos alcanzaba a fumar su pipa.

Théo escribió a Johanna, su esposa, que se encontraba en Holanda: "No te preocupes demasiado. Ya le tocó estar tan desesperadamente mal como ahora y su fuerte constitución sorprendió a los médicos".

Con el filo de las horas, sin embargo, Vincent se fue debilitando. Théo se acostó a su lado, tal como lo hacía cuando eran niños en el austero presbiterio donde habían nacido y crecido. Vivían entonces en Zundert (Holanda), un pueblo en el que su padre se desempeñaba como pastor.

Y así quedaron los dos hermanos, más unidos que nunca, hasta el alba del 29 cuando Vincent exhaló su último aliento.

Ese día fue terrible para Théo. Desgarrado, se enfrentó al cura de Nuestra Señora de Auvers-sur-Oise. El sacerdote rehusó categóricamente celebrar la ceremonia funeraria en la iglesia que Van Gogh había inmortalizado unas semanas antes en un cuadro magistral, considerado hoy como uno de los mayores "iconos" de su obra. El religioso no soportaba la idea de abrir el templo a un suicida protestante, ni siquiera aceptó prestar su coche fúnebre para transportar el féretro hacia el cementerio. Fue su colega de la vecina iglesia de Méry-sur-Oise quien facilitó el suyo.

La ceremonia se llevó a cabo el 30 de julio en el comedor del Auberge Ravoux. Émile Bernard, pintor posimpresionista y amigo cercano de Van Gogh, dejó un testimonio conmovedor de esos momentos:

"Sus últimas pinturas estaban colgadas en las paredes de la sala en la que estaba expuesto el cuerpo y dibujaban como una aureola a su alrededor . El resplendor del genio que emanaba de ellas nos volvía aún más penosa esa muerte. Una simple sábana blanca y muchísimos girasoles y dalias amarillas cubrían el ataúd. El amarillo era su color predilecto, símbolo de la luz que soñaba con hacer surgir en los corazones y en sus obras. Se habían colocado su caballete, su asiento plegable y sus pinceles al pie del ataúd.

Llegaban muchas gentes, artistas sobre todo (...) y también habitantes del pueblo que lo conocían un poco y lo querían, porque era tan bueno y tan humano...

Siguió contando...

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