Vivir de la muerte

AutorMarcela Turati

Ciudad Juárez.- En hesta ciudad una persona muere asesinada cada dos horas con 15 minutos. En 10 días han muerto 112. Al término de hoy habrán fallecido al menos 11 personas. Once bultos tirados en la calle como fiambres. Once futuros destrozados y familias enlutadas.

Aquí la canción del paisano Juan Gabriel resultó profética. En dos años, Ciudad Juárez se convirtió en "la número uno", la nomber uan en número de homicidios dolosos, no sólo de México, del mundo entero.

A pesar de la crisis económica y de la inseguridad, la industria de la muerte se encuentra en apogeo. Por la oleada de violencia han florecido empresas funerarias de varios pisos, grandes como hospitales, dignas para abastecer la demanda de la nueva capital mundial de homicidios. Mención aparte merecen dos de ellas: el Recinto Funerario Latino Americana, un edificio de tres pisos de mármol, y Mausoleos Luz Eterna, que alberga en sus instalaciones un templo con capacidad para 350 personas cómodamente sentadas, estacionamiento para 250 autos y espacio para 64 mil urnas funerarias.

Sea o no que las establecieron por coincidencia, como afirman sus gerentes, las funerarias tienen clientela asegurada a futuro si se toma en cuenta que entre 2008 y 2009 los panteones tuvieron que abrir 3 mil 200 nuevos espacios para sepultar a los ejecutados (en su mayoría, hombres de entre 20 y 35 años), una verdadera masacre para una ciudad que no alcanza millón y medio de habitantes.

Por el ritmo de los asesinatos, los cementerios municipales están alcanzando su cupo máximo y algunos días las caravanas fúnebres tienen que esperar su turno para enterrar a su ser querido, no vaya a ser que se topen con carrozas del bando rival. La morgue sigue colapsándose.

La guerra desatada por el gobierno ha incubado personajes como los buitres, unos seres vestidos de color oscuro que, en representación de las funerarias, se disputan a los muertos para ofrecerles sus últimos servicios. A ellos se les puede ver haciendo guardia afuera de la Procuraduría de Justicia, husmeando en la escena del crimen para recabar datos de su futuro cliente, timbrando en la casa del difunto, paseando por los pasillos de la unidad de homicidios, camuflados entre los deudos o tramitando el rescate de algún cadáver atorado en algún embotellamiento en el Servicio Médico Forense (Semefo).

Se les reconoce por su discreción, su ropaje oscuro, su camisa formal y de manga larga, sus botas negras puntiagudas y su look de haber salido de un velorio.

El miércoles 9 de septiembre, cuatro de ellos fueron vistos al lado de una mujer que gritaba enloquecida por el dolor en la colonia Barrio Alto, a la que su esposo, igual de quebrado, inmovilizaba con un fuerte abrazo para que no se enfrentara a los soldados que le impedían llegar hasta donde yacía su hijo acribillado.

El cuarteto se mezclaba entre los metiches, los vendedores ambulantes de paletas heladas y los periodistas que siempre husmean detrás de la cinta plástica de color amarillo que impide el paso. Esperaban el momento de entrar en acción hasta que...

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