1968 El exorcismo del sistema

AutorJorge Sánchez Cordero

La complejidad de su análisis se acrecienta por su espectro social homeostático, amplio en protagonistas: mandarines, fuerzas represoras, intelectuales, dirigentes de izquierda y estudiantes, por mencionar sólo algunos. Su notable carga ideológica es otro factor que complica el esfuerzo por esclarecer interrogantes orientadas a desentrañar su verdadero valor agregado histórico.

Para mencionar lo obvio, las experiencias asociadas a esta revuelta variaron en intensidad según las categorías sociales de las personas implicadas, ya fuera por sus orígenes, por sus convicciones políticas o religiosas, por sus orientaciones sexuales e incluso por sus edades, con un claro efecto transversal.

Por lo tanto, esta multiplicidad de experiencias no puede reducirse a un movimiento sociopolítico y cultural en sentido estricto, toda vez que la revuelta del 68 milita de manera concomitante con muchas otras vertientes de la década que, por su profundidad, coadyuvaron a provocar una de las crisis sociales de mayor envergadura que hayan estremecido a nuestra sociedad en el tiempo reciente.

Las crisis culturales suelen expresarse desde movimientos mul-tisectoriales y encrucijadas que se desplazan a través de fronteras sociales. Esto es especialmente cierto en lo que respecta al cisma de los sesenta. Una mejor perspectiva permitiría referirse más a esa década que al propio movimiento del 68. Por ello atribuir el origen de la transformación social mexicana en forma exclusiva al movimiento estudiantil significaría incurrir en un análisis reduccionista, lo que conduciría a resultados inexactos. Sin soslayar la importancia del movimiento, existen otras dimensiones, unas más explícitas que otras, que también singularizan la época.

El análisis cultural resulta particularmente útil y no se reduce a la mera exploración de conductas sino a los rituales, a las prácticas simbólicas, a las expresiones colectivas y, sobre todo, a los procesos de aculturación del movimiento, en los que resaltan los fenómenos de recepción y de absorción sociales. En ellos se advierte claramente una alteración de percepciones y sensibilidades, tanto individuales como colectivas.

Esta alteración resulta primordial, pues la evolución de los fundamentos que determinaban el comportamiento colectivo, los cuales balizaban las prácticas colectivas de nuestra sociedad, empezó a desfasarse ante las perturbaciones sociales y la emergencia de un nuevo género de vida. Las prácticas individuales y colectivas comenzaron a registrar una metamorfosis significativa, con lo que el corpus social adquirió una nueva morfología.

El propósito de este ensayo no es apologizar las exequias de los eventos del 68 ni componer una vulgata sobre el movimiento estudiantil, toda vez que se trata de acontecimientos que no admiten una lectura unívoca y, menos aún, dogmática, sino que, por lo contrario, exigen lecturas proteiformes. El dogmatismo iría a contracorriente de una revuelta que impulsaba el pensamiento crítico.

La plétora de lecturas actuales conlleva exégesis tan divergentes como plurales, muchas de ellas empero insuficientes para explicar la movilización social de miles de citadinos. Existe plena coincidencia en los hechos; las fuertes discrepancias y el análisis relevante radican en las causas. El énfasis no reside en estos eventos específicos, sino en la forma en la que han sido interpretados.

Las metamorfosis

Las transformaciones de entonces detonaron procesos sociales cuyas consecuencias son perceptibles en la actualidad. La consecuente efervescencia subvirtió los códigos culturales e introdujo una nueva narrativa de normas que regirían en adelante el comportamiento colectivo. En la época imperaban los estereotipos sociales, y en ellos difícilmente el individuo podía identificarse, a no ser que claudicara en la conquista de su libertad.

Asimismo, las estructuras sociales adolecían de una desadaptación generacional palpable que se convirtió justamente en el fermento de la rebeldía. Los movimientos culturales que se iniciaron en los años cincuenta, percibidos entonces con displicencia como insignificantes, cobraron un fulgor insólito en la década siguiente. Éstos se significaron por sus innovaciones, que se desarrollaron con una sincronía y celeridad universales inéditas (Arthur Marvick).

En una aproximación inicial puede constatarse que la rebelión estudiantil del 68 desarrolló en México el mito de la juventud como actor privilegiado del cambio social; mito que proviene de finales del siglo XIX europeo. (Michel Gauchet).

Otro de los argumentos igualmente esgrimidos es el relativo a la sustanciación del análisis en torno a la idea de generación del 68. La falta de homogeneidad dentro del amplio espectro que componía a la juventud mexicana impide empero formular generalizaciones y cimentar con ello un enunciado generacional único; al contrario: su carácter heterogéneo multiplica las premisas. Dentro de esta diversidad fue la...

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