Me fui, pero no me fui

AutorLucía Luna

De algún modo estaba previsto que me incorporara al equipo de Proceso. En 1975 mi padre se topó casualmente con don Julio Scherer García, de quien había sido maestro de filosofía decenios atrás en el Centro Universitario México. En la plática salió que tenía una hija estudiando periodismo. "Mándemela", dijo don Julio, "a ver qué podemos hacer con ella".

Un tanto mosqueada acudí a sus oficinas de Reforma 18, donde confluían entonces los máximos exponentes del periodismo nacional. Tras una breve charla, don S Julio creyó ver poten-1 cial en mí, pero me dijo que todavía estaba "muy verde" y, además, que Excélsior era una cooperativa y él no podía determinar el ingreso de nadie. Pero me remitió a Reuista de Re-uistas, el semanario del periódico dirigido por Vicente Leñero.

No conocí a Leñero en esos días. Siempre traté con Patricia Torres Maya, la jefa de Información. Acordamos que le presentaría proyectos y sobre eso se decidiría. Alcancé a publicar un reportaje y otro quedó en elaboración, cuando sobrevino el golpe del gobierno echeverrista contra Excélsior.

Desde fuera, poco pude hacer. Mi padre canceló su suscripción a Excélsior y también compró una de las acciones que circularon para intentar poner en marcha un nuevo proyecto periodístico. Yo partí a España, donde ya tenía previsto pasar una temporada. Allá me enteré, por una entrevista que la Televisión Española les hizo a Scherer García y a Miguel Ángel Granados Chapa, que había nacido Proceso. Nunca me imaginé que medio año después estaría trabajando ahí.

Pasé meses "fogueándome" en CISA antes de que me publicaran algo en Proceso. Una nota breve en la sección internacional, en la cual informe que el dictador en turno de Bolivia, Hugo Banzer, estaba promoviendo la inmigración de colonos alemanes para "mejorar la raza".

Luego me asignaron mi primera fuente, el sector salud, que si bien no tenía mucho protagonismo noticioso, sí reflejaba nítidamente las contradicciones económicas y sociales del país. Ahondar en ellas era ahora mi responsabilidad informativa, pero implicaba también lidiar con el poder y su lógica de desinformación y corrupción.

La primera vez que cubrí la asamblea general del Instituto Mexicano del Seguro Social (IM-SS), un acto mayor al que acudían el presidente y miembros de su gabinete, los reporteros de la fuente fuimos convocados a la oficina de prensa. Ahí, uno a uno nos llamaron a un cubículo. Cuando entré, una secretaria me entregó un sobre con mil pesos. "¿Y esto...

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