Entre el 68 y Ayotzinapa

AutorRicardo Raphael

La primera coincidencia muy visible es la criminalización de las víctimas. Hace 50 años Gustavo Díaz Ordaz acusó de incautos a los jóvenes "que se dejaron deslumbrar por prédicas ajenas y llevar por el entusiasmo con los ejemplos de violencia".

Aquel gobierno justificó sus actos arbitrarios y represivos como respuesta a la supuesta provocación de los jóvenes que, por ingenuos, se habrían vuelto criminales.

Medio siglo después, desde la cúspide del Estado mexicano hubo intentos deliberados para ligar a los jóvenes normalistas de Ayotzinapa con el crimen organizado, o bien -al más puro estilo diazordacista- para señalarlos como instrumento de movimientos depredadores por sus agendas inconfesables.

En uno y otro caso, los jóvenes fueron señalados como sujetos violentos y al mismo tiempo como herramientas de una conspiración temible y oculta que el gobierno no se molestó jamás en despejar.

Un segundo parecido es la manera como las instituciones responsables de procurar y administrar justicia fueron utilizadas políticamente, dando la espalda a la ley y a la Constitución.

En el caso del 68, las acusaciones, el contenido de las averiguaciones previas y las sentencias judiciales tuvieron como fuente principal de su fabricación los testimonios falsos, la intención de liberar de toda responsabilidad a los autores intelectuales y la manipulación de la realidad para que la verdad jurídica coincidiera con la mentira política.

Ayotzinapa reúne características parecidas: los testimonios principales del expediente fueron obtenidos bajo tortura, de acuerdo con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Muy rápido se señaló a los esposos Abarca como supuestos culpables de la desaparición forzada, creyendo que con ello quedarían libres de responsabilidad los verdaderos autores intelectuales del acto criminal.

Por otro lado, la manoseada hipótesis de que todos (y luego sólo una parte) de los normalistas habían sido incinerados en el vertedero de Cocula, es tan cierta como la versión de que los estudiantes del 68 dispararon primero contra los militares en la Plaza de las Tres Culturas y al Ejército no le quedó de otra más que responder.

Ambas, la de los Abarca -como última instancia de la trama-, y la del basurero de Cocula, son fabulaciones que desde el pedestal de la política se repitieron hasta el cansancio y que contaron con la aquiescencia de ciertos periodistas y medios de comunicación.

El tercer parecido en las dos historias lo aporta la presencia del...

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