JEP

AutorFabrizio Mejía Madrid

Uno de los temas recurrentes en las conversaciones con JEP, además de la cartografía literaria de la Ciudad de México, eran los libros. Recuerdo que él fue quien me avisó de la existencia de una novela que Flaubert escribió a los 15 años, tras haber sufrido su primer "desgarramiento atroz del alma y del cuerpo", que le justificó una vida recluida y le dotó de un estilo: la persecución maniaca de la palabra precisa. Convaleciente, Flaubert lee sobre un cura, Vicente, que durante la quema de su monasterio en Santa María del Po-blet, cerca de Barcelona, en 1835, arriesga su vida para proteger los libros. Algunos se le escapan porque los transeúntes los recogen de entre los escombros para venderlos. Así que fray Vicente comienza una lucha por recuperar los libros -entre ellos, Las Leyes y Ordenanzas del Reino de Valencia, editado en 1482 por Lambert Palmart, el primer impresor de poesía en España- y decide asesinar a media docena de personas para despojarlas. Flaubert-me cuenta Pacheco- escribe su primer novela, Bibliomanía (1837), para una revista de su natal Ruan, Le Colibrí, con el tema del bibliópata.

-Él ya estaba decidido a dedicarse sólo a los libros -me dice Pacheco por teléfono.

-Pero tenía epilepsia -le digo por responderle algo.

-No era una enfermedad, lo de Flaubert. Era una decisión a favor de las palabras. Por eso le parece inspirador alguien que mata por un libro.

Entrábamos y no entrábamos a esa región de enfermedades de la literatura que se enlistan justo en el prólogo de Camilo Ayala a la novela de Flaubert: después de todo, al misterioso padecimiento de Flaubert le dedicaron muchos diagnósticos, entre ellos, Jean-Paul Sartre y Roland Bar-thes. No era hipergrafía, sino pura literatura. Por ejemplo, el trastorno de Collyer, el de los que acumulan cosas sin lograr deshacerse nunca de ellas, debe su bautizo a unos hermanos, Homer y Langley, que murieron dentro de una casa en Nueva York en 1947. Habían pasado suficientes días como para que el olor alertara a la policía pero había tantas cosas adentro que tardaron cuatro días en sacar los cadáveres. Los hermanos tenían 250 mil libros. Pacheco los desdeñaba: "Casi todos eran de derecho". Luego, hablábamos un poco de la bibliofagia, del emperador de Etiopía, Melenick II, que tras su primer infarto en 1903, decidió comer páginas de la Biblia como cura, o de las ediciones etiopes de libros con cubiertas de piel humana, las de la Constitución francesa de 1793 con cutis de aristócratas...

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