Adiós, Coyoacán

AutorFabrizio Mejía Madrid

-Llámale a quien quieras -dice un gordo captado en un video de teléfono-, a la doctora Claudia o al Andrés Manuel; a mí nadie me quita.

Les dicen Los Intocables.

Atribuyo la pérdida de la consideración entre tus habitantes el que ya nadie pida permiso para hacer tropelías -poner un salón de fiestas en un taller mecánico, dar un cristalazo para robar un portafolio, bloquear una calle para una celebración con decenas de cuetes que lo único de místico es el rapto cerebral sumergido en ron barato- o levantar, tan sólo en cuatro cuadras a la redonda de donde viví por última vez, 11 edificios de departamentos. En un lugar con calles concebidas para caballos, todo mundo detenta su camioneta.

Por Salvador Novo sabemos que la de Coyoacán es también la historia de su impunidad y complicidades. Pero nunca exentas de redenciones. La historia la cuenta la familia Ixtolinque. Los territorios que llega a ocupar Cortés para planear desde ahí el ataque por agua a Tenochtitlán, eran de un solo patrón: don Juan Guzmán Ixtolinque, descendiente de los señores de Azcapotzalco, quien era dueño desde Tizapán a Tacubaya, de San Ángel y Chimalistac hasta Churubusco; 23 pueblos en total. Otros 31 tenía su esposa, quien se los "heredó" a Doña Marina, La Malinche, cuando llegó a vivir junto a Cortés en la casa de la esquina poniente de la Plaza de la Conchita. De hecho, fue en esas casas, entre la del conquistador en la actual Plaza Hidalgo y la de su amante indígena, que se fraguó el homicidio de la esposa que Cortés se trajo desde Cuba, Catalina Xuárez, un primero de noviembre de 1522. La mamá de Catalina, María de Marcayda, inició un proceso criminal contra el capitán pero, como siempre, no se llegó a algo.

El que sí, fue Juan Guzmán Ixtolinque, a quien, al aceptar el bautismo, se le permitió poseer 460 personas en calidad de siervos, además de tributos diarios de tres gallinas, dos chiquihuites de maíz, 400 cacaos y 200 chiles, seis cargas de leña y cinco de zacate y -escribe Novo- "29 viudas de Chimalistac y seis mozuelos de Aco-pilco". Coqueto, Salvador Novo saliva: "Y qué envidia, ahora que no halla usted un mozo ni para un remedio".

En 1551, la Corona española manda lo que será el escudo de armas de Guzmán Ixtolinque y que será el que use todo Coyoacán hasta finales del siglo XVIII: un escudo partido por la mitad con una esfera, un brazo, flechas y plumas bajo el lema: "Credo in Deum Patrem". Por sus "méritos y servicios" a su Majestad, Guzmán Ixtolinque...

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