Un albergue llamado Tijuana

TIJUANA, BC- Cientos de colchonetas y tapetes cubren el piso de la iglesia evangelista Embajadores de Jesús, en Tijuana. Es un galerón de tabique pelón erigido en las terrosas faldas del Cañón del Alacrán, sólo unos metros hacia abajo de un basurero clandestino.

Los 183 ocupantes temporales de la iglesia provienen de Haití. No todos tienen dónde dormir: el lugar de culto, en el que se solía distribuir desayunos a la comunidad vecina, no fue concebido como albergue.

"Nunca me imaginé la dimensión que tomaría esta situación", dice Zaida Guillen, quien maneja la iglesia con su esposo, el pastor Gustavo Banda. Para ella, que es maestra de preparatoria, la "aventura" empezó a principios de septiembre, cuando invitó a su casa a dos familias haitianas que se disponían a pasar la noche en una banqueta del centro de la ciudad.

El gobierno municipal, rebasado por la cantidad de migrantes haitianos que llegaron a Tijuana desde mayo pasado, le pidió a Guillen que alojara más personas en la iglesia. "Empezamos con 40, después 100 y llegamos a 240", relata ella. Las autoridades consiguieron colchonetas y alimentos, además de prometer un pronto apoyo financiero.

La mayoría de la ayuda en especie que reciben Guillen y Banda proviene de los feligreses y de la sociedad civil. La profesora solicitó a su escuela un permiso sin goce de sueldo para dedicar este semestre a los migrantes, pero no lo obtuvo.

En los primeros meses los migrantes se hospedaron en cuatro albergues, pero siguieron llegando y tuvieron que improvisarse siete refugios. En septiembre la situación se agudizó; los haitianos ya no cupieron.

Entonces se habilitaron ocho iglesias, como la de Guillen. Actualmente permanecen varados en Tijuana cerca de 3 mil haitianos -muchos de ellos mujeres y niños-, la mitad de los cuales renta habitaciones en ocho hoteles y 10 cuarterías de la ciudad fronteriza.

Si bien los migrantes viven en condiciones dignas en la iglesia, como varios le han dicho al reportero, el lugar es precario. "No contamos con agua potable ni drenaje, gastamos 700 pesos diarios para traer dos pipas, tratamos de solicitar ayuda a los bomberos para que nos provean de agua, si no toda la semana, por lo menos tres o cuatro días", señala Guillen.

Ahora está preocupada: las lluvias imposibilitan el paso de los vehículos a la iglesia. Esto podría impedir a algunos haitianos acudir a su cita con las autoridades estadunidenses. "No hay canal propiamente y el agua busca su propio camino; con ella bajan bastante tierra, basura y piedras", dice.

En la ciudad fronteriza, el fenómeno migratorio rebasó las instancias de gobierno, que dejaron la carga a la sociedad civil. El problema es que, pese al notable impulso solidario, ésta también alcanzó su límite: hace falta personal para atender a la gente y los voluntarios están agotados.

"Todo se ha quedado en manos de los albergues. Nosotros deberíamos ser el apoyo de las autoridades, no ellas de nosotros; los papeles están invertidos", deplora Melisa Viruete Méndez, abogada en la Casa del Migrante, y añade que "la federación debe invertir en un albergue (...) llevamos cinco meses en...

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