Álbum fotográfico de la sociedad civil

AutorFabrizio Mejía Madrid

La coronación del emperador "constitucional" de México era distinta de la de Napoleón Bonaparte en un sentido teatral. Si la de Napoleón fue operística -él mismo poniéndose la corona-, la de Iturbide fue de zarzuela. El diputado Mangino no pudo sino desviar los ojos de las caras de la élite mexicana que, a pesar del protocolo aristocrático que siempre ha copiado, también hacían el rictus para aguantarse las carcajadas. Realmente no existía el menor atisbo de que el imperio "constitucional" fuera a durar, y acaso por eso, el congresista Mangino no pudo contenerse de decir, mientras le ponía la corona a Iturbide:

-Cuidado, no se le vaya a caer.

Tras 10 meses Iturbide abdicó y un año después fue ejecutado en Tamauli-pas, tras despedirse ante el pelotón de fusilamiento con sus últimas palabras: "No soy un traidor, no".

El tema era, como siempre, la legitimidad. Por supuesto se trata de una relación arcana, inasible, que llevó al país al intento de coronar a Iturbide o a traer a Maximiliano como fórmulas para contar con algo y alguien -creer en algo no puede escapar a creer en alguien- que se colocara por arriba de las tas políticas. En los años siguientes, José María Luis Mora llegó a escribir que "los partidos, por esencia y naturaleza, son contrarios a todo orden establecido", y los periódicos, como El Águila Mexicana, proponían que desapareciera el Congreso para sustituirlo por reuniones de los líderes de los partidos.

El lugar de lo que sobrevolaría idealmente las divisiones se fue depositando en una idea de la Ley como algo sagrado, mitológico e incontestable que explica las extrañas palabras, un tanto aztecas, que el primer presidente de México, Guadalupe 'Victoria, dice el 17 de septiembre de 1828, unos días antes de que su gobierno prohiba las "sociedades secretas": "Serían siniestras las consecuencias de profanar, con sacrilegas manos, las páginas de esta Constitución, que es el ídolo de nuestros corazones". Se buscaba una Verdad -así, con mayúscula- cuya legitimidad no fuera, como es, circular y que sólo puede establecerse en retrospectiva: si un gobierno cayó, es porque carecía de legitimidad. Las leyes, la legalidad, son posibles sólo si tienen legitimidad.

Aterrado porque toda ley contiene, en su seno, la posibilidad de ser resistida y abolida, el conservador Lucas Alamán recordaba, ya en 1834, una cita de Voltaire en la que se sorprende de cómo los republicanos romanos no se atacaban de la risa cuando iban a legitimar sus...

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