Más allá de la leyenda

AutorAriel Dorfman

Yo era a la sazón un joven de veinte años que, como tantos de mi generación en Chile, predicaba la revolución. Bajo el menor pretexto local, nacional o internacional, salía, junto a otros estudiantes, a las calles de Santiago a exigir justicia contra un viento y una marea de policías armados. Y, sin embargo, entre esa multitud de protestas no hubo una, que yo recuerde, que se organizara para reclamar la libertad de Mándela. Entendíamos, con borrosa claridad, que el apartheid Sudafricano era una lacra racista, el sistema más inhumano y cruel en el mundo, pero su lucha era un mero resplandor lejano frente a la urgencia de una América Latina empobrecida y ardiente. Ni siquiera durante los tres años de la presidencia de Salvador Allende -cuyo programa de liberación nacional pudo haber sido calcado de la Freedom Charter de la African National Congress- me llamó la atención la figura de Mándela.

Fue recién en 1973, cuando el golpe militar contra Allende me arrojó al exilio, me dejó sin ancla ni país, que el nombre de Mándela se fue convirtiendo en una especie de hogar y refugio, una llamarada de esperanza que me alentó los días del desarraigo con un feroz y tierno ejemplo de lealtad. Su significado creció más todavía debido a la torcida colusión de los dos regímenes parias, el de Pinochet y el de Vorster y Botha, que intercambiaban medallas y embajadores y exportaciones (incluyendo armas y gases lacrimógenos). Esas dictaduras hermanadas en su obsesión por eliminar toda rebeldía, toda disidencia, hizo crecer aún más mi identificación con el destino de Mándela, hizo que sintiera yo, como tantos en el mundo que buscaban un mundo más decente e insobornable, que su lucha era la mía, era la nuestra.

No obstante lo cual tuvo Chile que recuperar su democracia en 1990 -el mismo año en que Mándela finalmente emergió triunfalmente de la cárcel- para que yo comenzara a comprender que aquel expreso político era bastante más que un símbolo o un eco. En un momento en que Sudáfrica y Chile y muchos otros países encaraban los dilemas turbulentos de una transición a la democracia, en que nos preguntábamos cómo hacer frente a los terrores del pasado sin ser rehenes del odio que ese pasado seguía engendrando, fue Mándela el que nos sirvió de modelo y guía. Al lograr que su patria se deshiciera pacíficamente del apartheid, al negociar con sus enemigos y mantener, sin embargo, su dignidad inquebrantable, nos dio, a tantos que habíamos luchado durante décadas contra la...

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