El alma mexicana en el siglo XX

AutorGuillermo Tovar De Teresa

El alma no sólo habita en el cuerpo sino también en el alma. Los científicos de hoy (encabezados por Rupert Sheldrake, biólogo en Cambridge, Inglaterra) hablan de campos mórficos: El alma individual, intangible, se halla en el centro del cuerpo individual y se manifiesta como conciencia (ciencia de los sentidos, como diría Sebastián de Covarrubias, a principio del siglo XVII), pero el alma colectiva es habitada por un conjunto de conciencias que forman un mismo campo y manifiestan sus consiguientes hábitos. Según esto, la naturaleza no tiene leyes sino memoria.

Cuando una sociedad se propone recuperar su memoria es porque desea habitar en su alma.

El reencuentro de México consigo mismo y frente a lo de fuera se inició a principios del siglo XX. Sucedió cuando el alma mexicana empezó a recuperar formas propias que expresaran su naturaleza.

Su naturaleza era universal. Formada por un inmemorial pasado nativo, se enriqueció con la presencia de Occidente, de Asia y África. El periodo virreinal condensó ese sincretismo.

Europa, el Islam, China, Filipinas, Senegal, el Caribe y otras regiones y países se sumaron en un espacio creador de pluralidad.

Sin embargo, ese espacio no era independiente. Se encontraba amarrado a Occidente a través de dos cordones: el del trono y el del altar, las dos viejas instituciones que lo constituían, por medio de España y Roma. Asientos del César (el guerrero) y el Pontífice (el sacerdote). La Independencia nos desligó de esas entidades, pero a cambio de eso nos entregamos a Francia y a Estados Unidos, aquellas formas de ser y hacer que nos invadieron dos veces cada una.

El cambio que llegó de fuera, en el curso del siglo XIX, venía con tanta velocidad que colapso al cambio que venía de dentro y lo reemplazó. Dejamos de ser auténticos y los gobernantes suspiraron por volverse émulos de Napoleón y de los kaiseres europeos.

El alma mexicana, gestada en tiempos anteriores, tomó la decisión de liberarse y reconocerse a sí misma como universal, como propia y, evocando a Ramón López Velarde, lo hizo cuando logró verse para dentro. Escribió el poeta jerezano en Novedad de la Patria en 1921:

El descanso material del país, en 30 años de paz, coadyuvó a la idea de una Patria pomposa, multimillonaria, honorable en el pre-sen te y epopéyica en el pasado. Han sido precisos los años del sufrimiento para concebir una Patria menos externa. Más modesta y probablemente más hermosa.

El regreso a lo propio alimentó el espíritu de lo...

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