Ambriz, por la revancha de su vida

AutorRaúl Ochoa

Ignacio Ambriz Espinoza, figura del futbol mexicano -en la cancha y en el banquillo-, nació en el barrio de Culhuacán, alcaldía de Iztapalapa, donde la inseguridad no da tregua. Creció entre carencias y en un entorno difícil y propicio para toda clase de tentaciones.

Nacho, como le gusta que le llamen, comenzó a practicar futbol en su colonia, de la que nunca reniega; tampoco olvida a los amigos de la infancia. "De ahí soy, de ahí vengo. Ahí nací. Sigo manteniendo muchas raíces, amigos de la calle. Es algo muy padre recordar a tu Iztapalapa", contó a Univisión Deportes en enero de 2018. "Normalmente cuando vienes de un barrio te cuesta, porque hay mucho alcoholismo y drogadicción. Es algo curioso, porque todo eso no me pasó en el barrio sino siendo jugador", reconoció.

Pero antes, las horas de sacrificio, de preparación y perseverancia tuvieron su recompensa en los Rayos del Necaxa de la Primera División del futbol mexicano, en 1983, a los 18 años.

No obstante, su carrera deportiva en ese entonces fue un enigma. En tres años y medio como jugador rojiblanco apenas participó en 19 encuentros, por lo que dejó el club en busca de oportunidades: primero lo intentó en el Salamanca de la Segunda División -ya desaparecido-y más tarde en el León, al que hoy tiene en la final de la Liga Mx. Pero en ese entonces ninguno de esos equipos le dio siquiera la posibilidad de disputar un minuto en la cancha.

En 1989, cuando tenía 23 años, regresó al Necaxa, con el que alcanzó a forjar su gloria. De la mano del entrenador Manuel Lapuente formó parte del llamado "Equipo de la década" en los noventa. De férreo carácter, intrépido con el balón y potente pegada de larga distancia. Como capitán de este conjunto levantó dos títulos de Liga, una Copa México y dos de la Concacaf.

A la par se hicieron frecuentes los llamados a la Selección Mexicana, con la que también portó el gafete de capitán por liderazgo y entrega. Integró el representativo tricolor que ganó el subcampeonato de la Copa América Paraguay 1993 y jugó la Copa del Mundo de Estados Unidos 1994.

No obstante, lo peor estaba por venir para Ambriz: en el momento de mayor gloria, rodeado de lujos y dinero, extravió el camino y, con ello, la disciplina. Tan grave fue su situación que el mismo entrenador Lapuente le recomendó internarse en una clínica de rehabilitación.

"Manolo se acercó como amigo antes que como entrenador. Ahora no tengo empacho en reconocer que tuve problemas con el alcohol y las drogas...

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