Con amigos así: Eduardo Galeano

AutorAriel Dorfman

Sonó el teléfono en nuestra casa en Santiago -un ruido que no era usual porque recién Angélica y yo habíamos logrado agenciamos una línea y casi nadie tenía nuestro número. Y menos usual aun porque la llamada venía del extranjero, de Buenos Aires.

-Hola, Ariel, te habla Eduardo Galeano, te llamo para darte una buena noticia.

¿Galeano? ¿El de Las venas abiertas? ¿Eduardo Galeano? ¿Con quien jamás había hablado? ¿Una buena noticia? ¿Y cómo había conseguido el número que no estaba ni en la guía?

Todavía no sé cómo se las arregló para rastrearme, pero me daría cuenta en las décadas que siguieron que Eduardo tenía un genio único para entrar simpáticamente en la vida de los demás, ingresar al hogar que es la vida de cada cual y acomodarse en la mesa y tomarse un trago o un café y escuchar con atenta pasión las historias y los cuentos y las intimidades que a nadie más les interesaban. Aquellos con quienes conversaba, inmediatamente sabían que podían confiar en él, advertían una generosidad que le ñuía como una fuente.

Como lo pude comprobar en esa primera ocasión. Me llamaba simplemente para contarme que una novela mía había recibido un premio literario y suponía que eso me daría una gran felicidad. Pero era evidente que la felicidad era suya, que a él le causaba inmenso placer agradar a sus semejantes, aunque fuera este escritor chileno con el que jamás había hablado antes. -Si vienes por acá, pasa a verme -me agregó, en ese suave tono uruguayo. -Siempre tenes por acá un amigo.

Unos meses más tarde, sobrevino el golpe contra Allende y nos fuimos al exilio, y vaya si necesitábamos un amigo, especialmente en Buenos Aires, la primera ciudad de nuestro largo destierro. En esos breves meses antes de partir (veíamos que se acercaba una hecatombe, veíamos, y se lo dije a Eduardo, que dentro de poco la muerte acecharía a los argentinos como lo había hecho ya con los chilenos) nos hicimos muy amigos. Me abrió las puertas de una revista, Crisis, que acababa de fundar, me armó una lista de contactos internacionales que podían servir para apoyar la resistencia cultural contra Pinochet, nos mandaba pequeños mensajes de aliento con su característica firma de un chanchito y una flor. Además de gran fabulador, era un confabulador. Arreglamos con él que mandara a un periodista brasileño a Chile para entrevistar clandestinamente a un líder de la resistencia -el primero de muchos favores solidarios.

En una ocasión pudimos retribuirle tanta magnanimidad.

Pasando una...

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