AMLO: de la prédica al puñetazo

AutorAgustín Basave

Para despolarizar al país se requiere achatar las aristas de los extremos y engrosar el centro, y el único que puede iniciar ese proceso es la persona cuyo liderazgo polariza a México. El problema es que no quiere hacerlo. AMLO está enojado y la inercia de sus andares de luchador social lo lleva a racionalizar su porfía: sabe que la confrontación lo llevó al poder y cree que la polarización le permitirá conservar el apoyo mayoritario.

Quienes no aprobamos ni reprobamos categóricamente a AMLO podemos pedirle que corrija el error. Él puede ignorar nuestra petición y nosotros podemos mantener nuestra postura crítica, pero, puesto que la distancia que nos separa no es abismal y no hay emociones corrosivas de por medio, el diferendo usualmente puede procesarse dentro del marco de urbanidad política. No es el caso de la inmensa mayoría de los mexicanos: todo lo que el presidente dice o hace es defendido a capa y espada por unos y repudiado por otros, y entre ellos sólo puede haber enfrentamiento y rispidez. Y es que la pulsión autoritaria y los reflejos rijosos de AMLO impiden que los suyos admitan sus desaciertos y que sus opositores radicales reconozcan sus aciertos.

Polarizar servía para hacer una revolución y sirve para ganar ciertas votaciones, pero nunca ha servido para construir gober-nabilidad y paz social. Si damos por buena la frase atribuida a Bismark, de que los políticos piensan en la próxima elección y los estadistas en la próxima generación, tenemos que concluir que al líder polarizador le gana el cortoplacismo de la fijación electoral.

AMLO tiene las dos obsesiones: que la 4T no pierda el poder y que su gobierno sea fecundo y memorable. Una, omnipresente, lo impulsa a agudizar su electoralismo, y la otra lo lleva esporádicamente a aplacar su resentimiento y bajar el tono de sus arengas. Al final del día, sin embargo, así como algo lo persuadió en la contienda del año pasado a echar toda la carne pragmática al asador co-micial, algo lo convence ahora de endurecer su discurso y sus acciones.

Su cálculo subordina la segunda obsesión y la primera acaba imponiéndose. Si conciliara, gobernaría con mayor eficacia, pero probablemente tema que su voto duro se ablande, que se debiliten sus candidaturas de 2021 -y, sobre todo, de 2024- y que su legado se pierda.

Lo cierto es que hay otra vertiente del dilema, la del mal humor globalizado, que AMLO soslaya. Como él, aunque por diversas razones, la gente está enojada y la manifestación de ese...

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