Un año con el buleador

AutorRafael Fernández De Castro

Las comparaciones históricas ayudan poco para entender al 45 presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Los conocedores de la historia señalan que AndrewJackson, quien gobernó en la década de 1830, despertaba sentimientos parecidos a los de Trump. Sin embargo, con los casi dos siglos que separan a ambos mandatarios y la expansión formidable que ha hecho de Estados Unidos el país más poderoso del mundo, hay pocos elementos históricos para entender la Casa Blanca de Trump.

Al cumplirse el primer aniversario de su gobierno, hemos conocido varias características de su presidencia y su estilo personal de gobernar. Su sello distintivo es que no reconoce ataduras. Le irritan visiblemente los pesos y contrapesos de diseño constitucional. Ni siquiera como empresario el gobierno corporativo era lo suyo. Trump se ha buscado pleitos serios con el Congreso, los tribunales y la propia burocracia del Ejecutivo, en especial con lo que se conoce como el "Estado profundo", es decir, los expertos que forman parte del servicio civil de carrera.

Destaca su admiración por los tiranos. Siente fascinación por el más encumbrado y peligroso de los déspotas contemporáneos, Vladimir Putin, de Rusia. En la Cumbre de Líderes del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, en Vietnam, se reunió y se fotografió con Rodrigo Duterte, de Filipinas; incluso trascendió que lo invitó a la Casa Blanca. Duterte es un líder tristemente célebre por sus ejecuciones extrajudiciales de los adictos y los traficantes de drogas. El ungimiento de Xi Jinping de China como hombre fuerte al estilo de Mao Zedong en el último congreso del Partido Comunista, arrancó una espontánea felicitación de Trump en un tuit y una llamada personal.

Su perfil narcisista se ha revelado en un Ejecutivo muy sensible a las alfombras rojas, al tratamiento zalamero y faraónico, muy propio de los tiranos y alejado, desde luego, de las prácticas de las repúblicas democráticas. En su gira por Asia, Trump, como recalca The Washington Post, fue "festejado, mimado y celebrado con muestras de esplendor diplomático".

Otra acusada característica de su estilo de gobierno es que cuando lo atacan, contrataca "10 veces más fuerte", según su esposa Melania Trump. Una estrategia bien cimentada en su estilo de gobernar es el ataque como defensa. Incluso se sabe bien de dónde proviene. El legendario y rudo abogado Roy Cohn, que llegó a ser el fiscal más agudo del senador anticomunista Joseph McCarthy, le inculcó a su joven cliente, dueño de bienes raíces, que el ataque, incluso desproporcionado, es la mejor manera de acabar con un adversario.

Trump ha demostrado no tener principios, y mentir abiertamente no le genera problemas de conciencia. Sabe halagar a su base conservadora, pero no necesariamente comulga con sus ideas. Los conservadores de cepa, como George Will, de The Washington Post, o Bill Kristol, fundador de The Weekly Standard, lo detestan. En noviembre de 2017 Kristol tuiteó: "Trump está sacando al liberal que hay dentro de mí". Ahora bien, la clase política, especialmente sus partidarios en el Congreso, como el vocero Paul Ryan (republicano de Wisconsin), lo siguen apoyando, pues lo ven como un instrumento para su agenda, especialmente para reducir impuestos y el propio tamaño del Estado. También corre en el campo republicano una buena dosis de miedo. Es de sobra conocido que si un legislador cruza espadas con el mandatario, éste desatará toda su furia en las redes sociales y utilizará su base para causarle problemas en la reelección. Sólo cuatro senadores...

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