Antigestión y antiestrategias del monopolio taurino

AutorLeonardo Páez

El poder conmina a creer, sólo falta que el desempeño de los poderosos logre convencer. Si la fiesta de los toros es reflejo y termómetro del país donde está inmersa, habría escasas posibilidades de que esa tradición mexicana, con casi medio milenio de existencia, pudiera desmarcarse de la ideología neoliberal y globalizadora-uniformadora que impera en décadas recientes.

A un país prendido con alfileres -sin compasión por sí mismo, no sólo en el sentido de condolerse, sino de manejar el compás, de fijar dirección y mantener el paso y el rumbo- inevitablemente ha correspondido una fiesta de toros con alfileres en manos de poderosos y trivializada y al garete no por su esencia, sino por la irreverencia de sospechosos promotores.

De ser el otro protagonista de la función taurina, el astado fue reducido a dócil comparsa de la tauromaquia posmoderna: torear bonito a un animal desbravado y de comportamiento predecible, con el que una estética superficial y mecánica sustituyó a una ética esencial y azarosa que demanda disposición al heroísmo y un cabal dominio técnico, hoy tan esporádico como en el resto de las actividades.

En su descargo, el público tiene escasas posibilidades de formarse.

A este libreempresismo autorregulado hay que añadir la desentendida o abiertamente cómplice actuación de unas autoridades omisas que, arguyendo frentes de batalla prioritarios, dejaron a las aptitudes y criterio de estos sospechosos promotores, adinerados pero insensibles y sin rigor de resultados, la suerte del espectáculo taurino, volviendo prácticamente letra muerta la observación de su reglamento y reduciendo a convidados de piedra sucesivas comisiones taurinas del Gobierno de la Ciudad de México.

Mismos criterios

Con idénticos esquemas a los de la ineficiente empresa anterior -de Alemán-, la actual -de Baillères y Sordo- continúa ofreciendo en la Plaza México, durante la llamada Temporada Grande, carteles redondos y cuadrados, esto es: desequilibrados e inequitativos que no toman en cuenta los niveles de desempeño ni merecimientos de toreros nacionales y plegándose a las exigencias de comodidad de los diestros importados que figuran desde hace dos décadas ya sin mayor capacidad de convocatoria, comprobándose de nuevo que los propios empresarios y sus operadores ejercen el antitaurinismo más dañino.

A los "nuevos" promotores tampoco les preocupa tener entradas de 4 mil asistentes, en promedio, en una plaza de toros con capacidad de 42 mil personas en la...

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