Aplicaciones depredadoras

AutorRicardo Raphael

Su cuerpo permaneció tirado sobre el asfalto durante más de seis horas, tiempo suficiente para que fueran reuniéndose en torno suyo otras personas dedicadas al mismo oficio. Aquella escena desgraciada se volvió un espejo en el que las y los repartidores se miraron al rostro.

Cuenta Saúl, repartidor mejor conocido como El Peluche Estepario, que en ese momento muchos tomaron conciencia de la precariedad y sobre todo del ninguneo que caracterizan en el presente a su actividad laboral. Ahí, junto al cuerpo de José Manuel, nació la organización "Ni un repartidor menos".

El nombre resulta paradójico porque, desde ese hecho a la fecha, el número de repartidores muertos por accidente de tráfico se ha incrementado mes con mes. Sólo entre marzo de 2019 y marzo de 2021 han fallecido más de 70 personas dedicadas a esta actividad.

Saúl desafía con una de las frases más socorridas de la organización: "Tu prisa no vale más que mi vida". Y, sin embargo, diera la impresión de que el ensimismamiento que ha marcado la psicología de la mayoría durante la pandemia hace que inclusive las personas usuarias frecuentes de las aplicaciones sean incapaces de mirar con dignidad a quien les llevan comida, medicinas y tantos otros productos hasta la puerta de su casa.

Todavía más denigrante es el trato que las empresas propietarias de las aplicaciones otorgan a quienes se encargan de su actividad sustantiva, que son sin duda las y los repartidores.

Estas grandes unidades económicas sostienen una relación tramposa con ellas. Encontraron en todo el mundo cómo desentenderse de la relación laboral que se deriva de su actividad. En vez de considerarlos empleados, han otorgado el gracioso título de "socios" o proveedores "autoempleados".

Esta relación es la cúspide del imaginario neoliberal: la empresa disfraza la relación subordinada a través de una narrativa de falsa igualdad y con esta estrategia se libera del pago de cargas sociales, como el Seguro Social, el aguinaldo, las vacaciones, el reparto de utilidades, el In-fonavit o el impuesto sobre nómina, entre otras contribuciones.

El negocio es tan desleal como rentable. Con una mano las aplicaciones cobran al usuario y con la otra guardan su generosa tajada de pastel, libre de polvo y paja. Esas empresas están conscientes de que, dada la crisis laboral, provocada también por la situación sanitaria, si alguno de esos "socios" se inconforma con las reglas asimétricas del juego, el sujeto será rápidamente sustituido por otro...

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