Apoteosis del canto: Javier Camarena

AutorRaúl Díaz

El alarde fue aún más riesgoso -y hasta temerario- si se considera que apenas unas cuantas horas antes, la noche del sábado, el tenor había hecho ese mismo concierto como parte de los dos que integraron el cuarto programa de la temporada veraniega anual de la Orquesta de Minería. Con apenas unas 12 horas entre una y otra audición, desplegó de tal suerte sus facultades y habilidades que las convirtió en una auténtica apoteosis de eso que todos podemos hacer: cantar, pero que muy pocos pueden elevar a niveles superiores y, únicamente los "tocados", conducir a lo sublime.

La facilidad de emisión, eso que permite el relajamiento y evita la rigidez del cantante, aparece en este emisor de una manera natural; no hay en él ningún forzamiento sino que su voz fluye como en un manantial cristalino que allí está, abierto y desgranando notas.

Sin ningún problema en las notas bajas, con una impecable media voce llega a los agudos con una facilidad increíble que le permite ¡sorprendente! bromear incluso y hablar antes de emitir la nota, como sucedió en la última aria cuando alguien aplaudió anticipadamente: él paró su canto y le dijo en tono sumamente jovial y sonriendo al aplaudidor: "Todavía no, déjeme llegar, tengo que respirar", y luego de eso lanzó un agudo que, como diamante, culminó la corona que había venido forjando a lo largo de su actuación.

La orquesta abrió con la Sinfonía No. 32 de Mozart (1756-1791), que dio paso a la primera aria, "Un'aura amorosa" de su también ópera Cosífan tutte; luego siguió el aria de Belmonte de El rapto en el serrallo, igualmente del...

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