La armoniosa andadura cervantina (final)

AutorSamuel Máynez Champion

Conviene recordar que una de las vertientes fue aquella surgida frente a los umbrales de la muerte. Así, hablamos de Henry Purcell, Viktor Ullmann y Antonio José Da Silva, dado que sus obras quijotescas fueron lo último que alcanzaron a escribir en vida.

En este filón, entonces, debe aparecer Mau-rice Ravel, ya que sus Chansons de Don Qui-chotte à Dulcinée marcaron su despedida de la composición e, incluso, de la salud mental. La génesis de estas piezas para bajo y orquesta vale el recuento. En 1933, para lanzar el primer filme sonoro del Quijote, el cineasta G. W. Pabst pensó en el aclamado cantante Fédor Chaliapi-ne personificando al hidalgo manchego. En aras de su lucimiento era necesario componer piezas a su medida, de modo que Pabst y los productores convocaron a varios músicos con la cuestionable idea de hacerlos trabajar, pero sin enterarlos que iban a participar en un concurso secreto que evaluaría sus propuestas.

Delannoy, De Falla y Milhaud fueron contendientes, junto a Ibert quien, a la postre, resultó victorioso; pusieron manos a la obra creyendo que eran los únicos designados e ignorando que su propuesta contaba con un 80% de probabilidades de quedarse muda.

Ravel también firmó el contrato y se puso a componer con un entusiasmo inusitado, pues era un cinéfilo ardiente que, además, llevaba años queriendo musicalizar algo sobre Cervantes. Lo que nadie pudo prever fue que a Ravel, con cada día que pasaba, se le dificultaba más aterrizar las ideas musicales. Una afección latente que se agravó con un accidente vial donde se golpeó la cabeza, lo imposibilitó para acabar dentro del plazo establecido quedando excluido de tajo del proyecto. Se adujo que "era mediocre y que nadie había oído hablar de él(1), aunque también influyó un asunto turbio de antipatías (creía Ravel que Chaliapine estaba inflado por la publicidad, y el cantante vociferó que detestaba la estética raveliana y que no estaba dispuesto a validarla). Según la historia clínica, Ravel sufrió una afasia aguda que lo fue distanciando de la realidad y del contacto con su propia psiquis. No perdió el habla, mas los pensamientos musicales que seguían inundándole la cabeza no lograba transcribirlos al papel. Las tres canciones fueron completadas a duras penas, recurriendo inclusive a materiales melódicos previos. Cuatro años dilataría la agonía, hasta que la muerte llegó para rescatarlo del tormento.

Con respecto a los textos de las canciones, digamos sucintamente que en la...

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