Autorretratista

AutorDavid Huerta

Los autorretratos de Francisco Toledo forman uno de los centros móviles del trabajo de este artista. ¿Cómo pueden ser un centro móvil, empero, si la idea misma de centro implica, por sí sola, una idea concomitante de fijeza? Precisamente por la mutabilidad del rostro, sujeto a los estragos del tiempo, del clima, del humor, de las vicisitudes y de los accidentes. Gracias a estos trabajos, podemos explorar las variaciones de una mirada, una postura en el mundo: el trayecto de una vida contada en imágenes. Atestiguamos cómo se estudia: Toledo se asoma al espejo, al agua, se mira en un cristal y observa un rostro hecho con partes animales, cubierto con la epidermis de un reptil. Se mira mirarse, se pinta pintándose, con un animal o con la muerte sobre la cabeza. Se ve a sí mismo en el acto de pensar, de leer, de pesarse en una báscula. Brilla un pañuelo rojo en la garganta del pintor, un relámpago escarlata en la oscuridad del retrato; relucen los ojos redondos y fijos de pez; lucen blancas las palmas de las manos; resplandece el papel de oro, el cobre de la placa, siempre a contraluz, siempre en la oscuridad parduzca, roja y quemada, negra. Se ha retratado sobre la piedra de las litografías, con el ácido que marca las placas de grabado, con pasteles, tintas, óleos, lápices.

Vemos a Toledo encogido o tendido cuan largo es, sentado, vestido o desnudo. Miramos las plantas de sus pies recubiertas de oro; vemos esos mismos pies calzados con huaraches pisando un suelo áureo. Toledo se convierte en la materia dura y frágil de la cerámica y se transfigura en un insecto mágico; aparece en el caparazón de un cangrejo, como los rostros samuráis que distinguen y protegen de los pescadores a los cangrejos de la especie Heikea japonica; se repite convertido en un pulpo.

Se pinta en cartas, tarjetas postales, papeles, telas, tablas. Se autorretrata en los metales usando la línea capilar y definitiva de la punta seca o la mancha gruesa y flexible del azúcar; les da relieve a sus facciones con la cera de la encáustica; se encierra dentro de una pedregosa superficie cubierta con cáscaras de pistache. Interviene fotografías, se autorretrata y no incluye su rostro; fotografía su sexo enmarcado por sus manos, sus pies, sus rodillas, falo-faro, falo-guía, falo-vereda, falo-culebra, falo-flecha, lanza, dedo de santo, péndulo, gnomon que marca la hora del retrato.

La costumbre de los pintores de registrar su rostro como una dimensión habitual de la práctica artística...

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