Ayer vulnerables, hoy parias...

AutorAlejandro Pérez Utrera

Como sentenciados a muerte, los jóvenes van saliendo con paso esclerótico de su choza callejera: si acaso un amasijo de dos por dos metros compuesto por tablas, mantas, plásticos y cartones percudidos.

Son uno, dos, cuatro, hasta seis o siete, acompañados por una chica parlanchina de cabellos azulados. A unos los lacera la luz ultravioleta de esa hora infame; otros sufren para sintonizarse con el entorno...

Pero todos, de manera insólita, todos han salido del mismo minúsculo e insalubre espacio, cual si lo hicieran de la chistera de un mago infernal.

Junto con otros grupos -gente de la tercera edad, trabajadoras sexuales, población penitenciaria, obreros de la construcción, entre otros-, las personas en situación de calle se suman a la procesión de mexicanos a los que la pandemia del coronavirus impactará de manera mortal.

En el caso de la Ciudad de México, el gobierno capitalino estima en más de 4 mil la cifra de personas en situación de calle, ese conglomerado que por las circunstancias actuales se dirige hacia una zona todavía más incierta de la fragilidad humana.

Es 24 de marzo y el bochorno del mediodía convierte a la ciudad en un enorme temazcal. Integrantes de la asociación civil El Caracol, los brigadistas Luis Enrique Hernández Aguilar y Elizabeth Valencia González, conocidos entre sus compañeros como Quique y Eli, se presentan en el campamento de la banda. Lo hacen decididos, pero con el mismo respeto que supondría ingresar a un templo religioso. Lo hacen, pues, con tacto, sin irrumpir en los mundos insondables de los chavos. Van prestos a enseñarles las medidas básicas de protección para evitar el contagio *" -— - por coronavirus. Es obvio que conocen a miembros de la banda: un indicativo del seguimiento que dan a su labor social.

Calcular a simple vista las edades de los chavos es un acertijo. Quizá ronden los 25 años en promedio, si bien su estado físico, como el del joven de los globos oculares tumefactos, tan dispares que angustian, podría situarlos en una edad mayor.

Eli es una psicóloga de 23 años que le perdió el miedo a la calle cuando se sintió acicateada profesional y humanísticamente al hacer conciencia acerca de las condiciones de absoluta desprotección en que se hallan las personas sin techo, sin educación ni trabajo, sin salud, sin identidad ni seguridad jurídicas, sin protección de ninguna especie.

Eli es menuda y diligente. Se planta ante ellos para decirles cómo deben lavarse las manos, asearse en lo posible. De su gran mochila extrae cartulina, marcadores y cinta adhesiva para pegar en las paredes, en la zona donde los chavos deambulan, avisos de alerta sobre los síntomas del covid-19...

Con delicadeza, incluso con dulzura, Eli les explica el riesgo en el que se encuentran. Les reparte folletos informativos y gel antibacterial, bromea un poco pero les pide atención -"¡a ver, chavos!"- y, al igual que Luis...

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