"Big data" y Dios

AutorFabrizio Mejía Madrid

Posiblemente, dicen los informáticos, sobre cosas tan disímbolas como el consumo, las preferencias, los sistemas financieros, los terroristas, el clima. Descubriremos patrones que nos permitan anticipar lo que sucederá. Son tan precisos como cuando veo una película que se llamó Los cuatro jinetes del apocalipsis y el delirio de los algoritmos me recomienda que también vea una sobre la mafia del hipódromo.

En los big data se asoma la cara del Dios de la era digital: nos conoceremos finalmente en un encuentro en el que, de procesarse todo, entenderíamos por fin la forma del mundo.

Podremos predecir lo que ocurrirá de acuerdo con una exploración paso por paso acotada a cierto procedimiento, es decir, a lo que ahora llamamos "algoritmo". Hay mucho de misticismo en lo que creemos que una masa trillonaria de bytes nos puede decir. Pero a lo mejor es una nueva secta de creyentes en los poderes sanadores de lo digital, como hubo hace apenas 30 años entre quienes creyeron fervientemente en "el final de la Historia" y, hace 50, en las ventajas de comer espirulina.

En su más reciente ensayo, La actualidad innombrable, Roberto Calasso cuenta la historia de lo binario, mantra de nuestra vida digital. En 1700 el matemático alemán Gottfried Leibniz le escribe a los jesuitas franceses que están de misioneros en China. Su idea es que, además de comerciar con los chinos, Europa podría establecer un lenguaje universal para entender las culturas del mundo. Admirador del imperio chino, Leibniz propone compartir con el emperador y sus consejeros el hecho de que la numeración binaria, el 0 y el 1, son lo mismo que los hexagramas de los chinos, esas líneas apiladas que a veces están completas y, otras, cortadas.

Ese podía ser el idioma común entre Oriente y Occidente, según el optimismo de Leibniz. Ayudaría además a explicarle a China una idea occidental: "Que la nada y Dios son el origen de todas las cosas. Que Dios creó todo de la nada".

A los chinos, que creen en el agua como "la suavidad que destruye lo fuerte", la idea de la nada les resultó un tanto ingenua. Con la otra pretensión de Leibniz, la de pensar en los hexagramas como números y no como significados, debieron dibujarse sonrisas en los rostros de los mandarines -dice, en Oriente y Occidente, el matemático y estudioso de las místicas taoístas René Guénon-, pues aunque parecen números, los hexagramas simbolizan estados de metamorfosis en la naturaleza que se usan como formas de adivinar el futuro.

En...

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