Biografías repletas de violencia

AutorDiana Ávila

Como la mayoría de las 22 mujeres con la misma identidad de género con quienes cohabitan en prisión, ambas cargan a cuestas historias de vida marcadas por la discriminación, el rechazo y la agresión física, verbal y sexual.

Entrevistada en uno de los jardines del centro de reclusión para sentenciados, en la delegación Iztapalapa, Yessica narra que desde su infancia tuvo preferencia por lo femenino; es decir, se sentía atraída por los niños, a escondidas de la familia se vestía con la ropa de su hermana menor e incluso deseaba que su cuerpo se desarrollara como el de una mujer.

Pero la preferencia genérico-sexual de Yessica nunca encontró la aprobación de su familia; por el contrario, fue objeto de discriminación, burla y violencia física y verbal.

"Mis hermanos, mis primos y mis tíos se burlaban de mí, me decían Adelita; desconocía por qué lo decían; yo hacía lo que sentía que debía hacer, para mí era algo natural, aunque nunca lo aceptaron. En consecuencia, venía un ataque, un castigo", dice.

Tiempo después, cuando cumplió 11 años, su padre la corrió de su casa por primera vez, luego de que el menor de sus hermanos la descubrió vestida de mujer y con el rostro pintado.

"Mi papá", relata, "tuvo una reacción violenta, me aventó contra la cama y dijo que no quería un puto en su casa. Me golpeó y gritó que era una vergüenza para la familia. Me sentí muy mal, con mucho coraje, frustración y enojo, y fui a vivir a casa de una tía."

Tras un fugaz regreso al hogar paterno, Yessica dice que a los 16 años decidió abandonar su casa luego de sufrir una nueva agresión, ahora de su hermano mayor. "Mi hermano llegó tomado, agarró una pistola y la puso en mi cabeza. Dijo que prefería que muriera a tener un hermano puto. Sentí mucho coraje, odio. Le quité la pistola y peleamos. En ese momento pude haberlo matado pero pensé que si mi familia me odiaba ya, me odiaría más si asesinaba a mi hermano".

La ruptura con su familia no fue fácil. Al principio Yessica buscó, sin encontrarlo, el cobijo de familiares y amigos; luego durmió en iglesias, parques y coches abandonados, y luego tuvo que prostituirse en Tlalpan e Insurgentes para subsistir. Fue en la calle, dice, donde padeció todo tipo de violencia y abusos. "La calle me hizo fuerte. Hubo personas, incluso policías, que me quisieron violar, golpear y matar; eso hizo que me volviera agresiva, que aprendiera a defenderme".

De figura alta y esbelta, con un rostro finamente maquillado en el que destacan los...

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